“Yo no nací para esto, yo nací para ser feliz. He luchado, he trabajado para estar en confort”. Ese fue el pensamiento que se instaló en la mente de Mariana, empujado por la angustia que le causó un encuentro nocturno con un ‘bachaquero’, una de las tantas personas que se dedican a revender productos en el mercado negro.

Era octubre de 2015 y mientras esperaba en el auto que una de sus amigas concretara la transacción para conseguir cajas de leche, con la ilusión de tomar ‘café cortado’ otra vez, no despegaba la mirada del retrovisor. Tenía miedo. Estaba en una de las miles de calles del Estado de Bolívar, al este de Venezuela. El reloj marcaba la 1:30 y sintió que podía –y debía– cambiar el rumbo. Durante la madrugada la decisión ya estaba tomada: pidió a su hijo que le comprara pasajes para irse del país. ¿El destino? Chile.

Lugar de paso

El 16 de marzo del año siguiente llegó a Concepción. Sería un viaje de paso durante un par de meses para visitar a su hija y continuar rumbo a Estados Unidos, pero la burocracia de los trámites migratorios, y las vueltas del destino, la tienen al sur del mundo hasta hoy.

Cuando en 2024, en la Plataforma Unitaria Democrática –la principal coalición opositora de Venezuela– comenzó a tomar fuerza el nombre del diplomático retirado Edmundo González Urrutia, como candidato presidencial, Mariana tuvo el presentimiento de que las cosas cambiarían. Anhelaba que por fin el gobierno de Nicolás Maduro, instalado en 2013, encontrara punto final y pasara a ser sólo un recuerdo para ella y los demás detractores.

Aunque distante de su patria, jamás pasaría por alto que las elecciones estaban programadas para el 28 de julio. Tiene 7 millones 774 mil compatriotas que por razones políticas protagonizaron el éxodo más grande visto en América Latina durante la época moderna, según datos de la Plataforma Regional de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela. Todos con los ojos puestos en la, por ahora, lejana tierra que les vio nacer.

Mariana decidió poner una pausa al destierro y volvió a su país, con la idea fija de votar en contra del heredero del Chavismo. Pero los resultados no fueron los esperados por ella ni por la oposición, que rápidamente denunció serias irregularidades en los comicios. Ante el asombro generalizado, las actas daban por ganador a Maduro, reeligiéndolo en su tercer periodo, para gobernar hasta 2030.

Han pasado más de 5 meses y el mundo sigue en vilo. Según el cronograma electoral, este 10 de enero debe ser proclamado el triunfador, aunque no hay consenso. Maduro pretende tomar posesión del poder sin haber mostrado los resultados, mientras González, con la confianza de haber logrado los votos, promete volver a Caracas para ser investido Presidente.

Mariana está expectante y cuenta que “estamos seguros que Edmundo va a ser proclamado el 10 de enero”. Mariana es un nombre ficticio, porque la protagonista de este relato prefirió mantener su identidad resguardada, por miedo a “que me quiten el pasaporte o le hagan daño a mi familia en Venezuela, que no tiene nada que ver”. Asegura que en su último viaje, que se extendió por aproximadamente 90 días, fue testigo de violencia política y violaciones a los derechos humanos. Ese fue el mismo temor por el que esta entrevista se suspendió en innumerables ocasiones y sólo pudo concretarse tres meses después de ser agendada, cuando ya estaba de regreso en Concepción.

Guarimbas, escasez, visas y bachaqueros

La Plataforma Regional de Coordinación Interagencial para Migrantes de Venezuela establece que 347.695 refugiados están reconocidos por las autoridades nacionales de sus países de acogida.

Precisamente, el tema de Derechos Humanos preocupa a Mariana. “Cuando volví allá hice contacto con gente de la oposición, me actualicé más en lo que estaba pasando y tuve la oportunidad de salir a dos estados y pude ver la esperanza en cada venezolano por el 28 de julio”. Aunque, según relata, después de las elecciones vendría el balde de agua fría: “ahorita yo estoy hablando contigo y todavía hay niños menores de edad que están presos y están siendo sentenciados a diez o 20 años. Son niños menores de edad, en qué cabeza cabe esto. Llevarse a la gente, abrir puertas y si tú apoyaste a María Corina, vas preso”.

“Vi cómo se llevaban a dos muchachos, vi la desesperación de una mamá pegando gritos y pidiendo auxilio. Lo recuerdo y me da rabia, porque me pongo en el lugar de todas esas mamás, de si hubiese sido un nieto mío, un sobrino mío”, y puntualiza que “los Derechos Humanos están totalmente violados y Maduro tiene que pagar”.

Nicolás Maduro se dirige al segmento de alto nivel del 49.º período de sesiones ordinarias del Consejo de Derechos Humanos (2022). Foto: International Service for Human Rights.

En medio de este panorama, se siente afortunada. Tres años después de llegar a Chile ya había regularizado su situación migratoria, hoy recalca que “ya tengo mi visa definitiva, gracias a Dios, tengo todos mis papeles y estoy legalmente aquí”, pero sabe que para todos no es posible. “En 2024 todavía hay personas que están esperando una visa definitiva desde hace tres o cuatro años, y no les dan respuesta, entonces, no es fácil conseguir el estatus migratorio. Hay muchos que entraron por caminos no habilitados, entendemos que no estás cumpliendo con la ley, pero es por un caso humanitario”, lamenta. A lo largo de esta conversación transita por todo el espectro de las emociones.

¿Y cómo era el día a día de Mariana antes de llegar a Chile? Retrocede en el tiempo y recuerda que “aún estando bajo un régimen dictatorial como Maduro y lo que fue Hugo Chávez, por lo menos las personas adultas, que habían hecho carrera, que habían trabajado, ya tenían una base. Yo tenía para esa fecha una edad que no te voy a decir (ríe). Tenía 56 Años y había cumplido con mi rol de madre, de trabajadora, y podía estar tranquila, pero comenzó esta situación de escasez, comenzaron las guarimbas (término popular que se utiliza para identificar una protesta) y las ‘colas’ eran inmensas”. La interrumpe el sonido de su teléfono (curiosamente anuncia un mensaje de la misma amiga que la acompañó a realizar la compra clandestina), y luego agrega que “yo pensaba: no puedo vivir de esta forma y mientras esto no se arregle, me voy a ir una temporada”.

Lo que sería una temporada está a punto de cumplir 9 años. Desde que se convirtió en migrante ha retornado dos veces a su patria: en 2023, tras un largo peregrinaje para habilitar su pasaporte, y en 2024 para votar. El último viaje le mostró que el sabor amargo que motivó su partida sigue ahí: “es una crisis total, tengo mucho dolor de hablar de mi país, porque cuando yo lo dejé, todavía se podía vivir. Hoy en día ves extrema pobreza (…) y del otro lado, todos aquellos que están ‘enchufados’ con el gobierno viven muy bien”.

Por eso tenía todos las fichas puestas en las elecciones. “Comencé a escuchar a María Corina Machado (líder de referencia opositora al Chavismo) y a ver que estaba uniendo un país totalmente dividido. No creíamos en nada, ya se daba por hecho que Maduro se iba a perpetuar en el poder, todo el mundo estaba saliendo de Venezuela, tratando de hacer vida en otro lado, pero cuando comenzamos a ver este proceso y este cambio, yo dije ‘esto hay que apoyarlo’ y siento que como yo, muchísimos que tuvimos la oportunidad de ir a votar, lo hicimos”, dice con convicción.

Viajó, porque de los 5 millones de venezolanos habilitados para votar en el exterior, sólo el 1% podía hacerlo en las últimas presidenciales, debido a que las autoridades impusieron numerosas trabas para impedir que los migrantes tuvieran un peso decisivo en los resultados. Confiesa que “tengo muchos sentimientos encontrados. Toco el tema y me da mucho dolor, porque fue una ilusión, fue un sueño de millones de personas que tuvieron la oportunidad de votar”. Para ella, el proceso electoral “fue un robo total, un descaro”.

Y es que después de ese histórico domingo de julio, mientras el equipo de Edmundo González publicaba en internet las actas que le daban un eventual triunfo con el 67% de las preferencias, el Consejo Nacional Electoral (CNE) contradecía esa información, asegurando que Maduro había obtenido el 52% de los respaldos, superando a su contendor en más de un 1 millón de votos.

Concepción y la empatía del chileno

Aunque la idea original de Mariana era migrar a Estados Unidos, si retrocediera el tiempo, da la sensación que es muy probable que eligiese Chile como primera opción, aún sabiendo que la adaptación no está libre de dificultades.

“Para mí no fue fácil, porque venía muy arraigada a mi país. Somos bochincheros, echadores de broma y alegres”. El punto de inflexión llegaría precisamente con el 28 de julio: “he quedado tan sorprendida con la empatía y preocupación del chileno, que realmente te estima, te aprecia (…) les tengo tanto cariño, que si antes hubo xenofobia, ya nada existe. Fue tan lindo el apoyo de gente que jamás me imaginaba que me podían llamar para decirme ‘estamos contigo’, y no fue una, fueron muchas personas de Concepción”. Entonces, descubrió la clave: “hasta que tú no rompes ese hielo, tú no le llegas al chileno”.

El “Estudio de Impacto Económico de la Migración Venezolana en Chile: Realidad vs. Potencialidad”, publicado en 2023 por ONU Migración, proyecta que de los 7,7 millones de venezolanos en el mundo, sólo América Latina y el Caribe alberga a, aproximadamente, el 91% de ellos, es decir, 6,5 millones. En Chile, en tanto, actualmente hay 444 mil 423 personas que ingresaron por una vía regular.

El mismo documento evidencia que la población migrante y refugiada venezolana en nuestro país cuenta con un alto porcentaje de profesionales, ya que de las personas mayores de 18 años, el 39% tiene estudios universitarios (incluyendo doctorados y maestrías) y un 13,5% acredita estudios técnicos profesionales, por lo que un 52,5% alcanza una formación superior a la educación media. Mariana está en ese grupo: “me ha ido muy bien laboralmente y ya tengo cuatro años trabajando aquí de forma independiente”, comenta orgullosa.

La medición también exploró la situación laboral y, en base a la Casen 2022, indica que el 79% se encuentra trabajando –principalmente en comercios, servicios profesionales, técnicos y de apoyo empresarial y financieros, actividades de servicio de comida y bebida– y posee un nivel de ingreso promedio mensual que oscila entre US$496 para los trabajadores no formales y US$958 para los trabajadores formales.

Para Mariana, esos montos son infinitamente dispares a los que se perciben en su tierra natal. “Venezuela es el país que tiene el sueldo mínimo más bajo, no son ni 4 dólares mensuales. Eso te representa unos 200 bolívares, con lo que no compras ni siquiera un cartón de huevos, entonces allá la gente se tiene que reinventar. Las remesas que recibe Venezuela, permiten que las familias puedan estar un poco más cómodas, porque con la pensión que son 3 dólares y el sueldo mínimo que son 4 dólares, son sólo 7 dólares, pero con lo que te manda el hijo, el sobrino, tú ahí más o menos te manejas y te acostumbrado a ese tipo de vida”, relata con tono de desesperación.

A fines de 2023, el economista Aldo Contreras contó al medio estadounidense Voz de América que una familia venezolana requería un promedio de 407 dólares al mes para cubrir sus gastos básicos. “Necesitan 116 salarios mínimos para cubrir la canasta alimentaria”, apuntó.

Según la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes, los países latinoamericanos que más migrantes venezolanos han recibido son: Colombia, Perú, Brasil y Chile.

“Sueño una Venezuela mejor”

El Chavismo, identificado por sus seguidores como un movimiento cívico-militar de orientación socialista y bolivariana, es una corriente política e ideológica originada en Venezuela a fines del siglo XX, con base en las ideas y el liderazgo de Hugo Chávez, quien fue presidente desde 1999 hasta su fallecimiento en 2013.

Para Mariana, la definición es mucho más visceral: “una dictadura total, una dictadura a la que no le gusta ver a la gente bien, estable, en confort, trabajando y haciendo su vida. El pueblo venezolano está limitado a que te den una bolsa donde vienen los alimentos de primera necesidad”.

Alude a las bolsas que son parte del programa de Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), creado en 2016 por el gobierno y que ha sido objeto de denuncias por corrupción, uso político, retrasos, mala calidad y aumentos de precios sin aviso. Este plan busca distribuir alimentos básicos a comunidades organizadas, que luego los reparten casa por casa o en locales, y cuyo contenido puede incluir arroz, granos, pasta, harina de maíz, azúcar, leche en polvo, y enlatados de sardina, atún o jamón.

Los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) distribuyen alimentarios subsidiados por el Estado, lo que abarata el costo para los hogares que los adquieren. Foto: coalicionanticorrupcion.com. 

Es inevitable preguntar cómo sueña su país y Mariana responde con fe inamovible: “María Corina nos ha dado tanta esperanza, que siento que va a ser uno de los mejores países de Latinoamérica. No va a ser la Venezuela en la yo me crié, que fue muy linda, pero va a ser una mejor Venezuela para todas estas nuevas generaciones. Sueño una Venezuela donde se respeten los Derechos Humanos, donde la gente pueda trabajar y hacer su vida, donde exista la educación y la salud, y donde se levanten las empresas básicas. Tenemos grandes riquezas, entonces podemos salir adelante y yo creo que pudiera ser un país que pueda estar a la par de Chile”.

En su última estadía en Venezuela, dos situaciones la sorprendieron. La primera fue cuando “un chofer me contó que el 3 de agosto ya habían pasado más de 2 mil personas a Brasil (por la frontera), gente caminando, sin importar nada”; y la segunda el confirmar que “a pesar de todo este dolor y de estas necesidades, el venezolano nunca pierde su sonrisa”.

Casi toda la familia de Mariana migró. Sólo se quedaron sus hermanos que ya son mayores, los recuerdos, y el deseo de volver.

Sobre su permanencia en Chile, adelanta que “si esto no se llega a manejar allá en Venezuela, si por alguna circunstancia de la vida, solo Dios lo sabe, Maduro se queda, aquí van a tener Mariana para rato”.

Termina la entrevista. Aunque es poco usual entre periodista y entrevistado, Mariana propone tomar un ‘cafecito’ otro día, para seguir conversando. Tiene un poco de nostalgia: sabe que por estos días y por estos lados, no es tan difícil conseguir un ‘café cortado’.