Por Ricardo Demarco, académico Departamento de Astronomía de la Universidad de Concepción y director ejecutivo de la Sociedad Chilena de Astronomía.
Recuerdo que era un día soleado hace algunas décadas atrás cuando un amigo y yo subíamos el Cerro Pochoco en Santiago. Los dos éramos aficionados a la astronomía en aquel entonces. La subida se hacía muy entretenida conversando de ciencia y, por supuesto, astronomía. Hablábamos de lo maravilloso de ella, que no discrimina a nadie. Uno de los espectáculos más sobrecogedores que la naturaleza nos ofrece es la noche con sus miles de estrellas, la visión de nuestra galaxia – la Vía Láctea – y algunos objetos de “cielo profundo”, observables a simple vista. Los que tienen la fortuna y privilegio de vivir fuera de las ciudades saben de lo que hablo. La noche estrellada está ahí, disponible para todos los seres humanos, sin discriminación alguna: sólo hace falta querer levantar la mirada al cielo nocturno para disfrutar del espectáculo!
Hoy en día, como astrónomo profesional, sigo sosteniendo lo mismo, y es por eso que yo y mis colegas realizamos esfuerzos importantes por llevar este mensaje a toda la gente. Sin embargo, la situación no es tan así de bonita, desafortunadamente. El crecimiento de la población y las ciudades en la Tierra ha llevado a que un tercio de sus habitantes ya no puedan ver la Vía Láctea. Es muy triste que aproximadamente el 60% de los europeos y casi el 80% de los norteamericanos ya no ven nuestra galaxia de noche. Más aún, existe una fracción no despreciable de personas que han nacido sin haber podido gozar de la maravilla del cielo estrellado como se aprecia en una noche oscura.
Nuestro país no está ajeno a esta problemática, ya que el desarrollo urbano y también industrial en ciertas áreas está aumentando de manera muy notoria la contaminación lumínica y con ello arrebatando a sus habitantes de uno de nuestros patrimonios: el cielo estrellado. Claramente, debemos trabajar más activamente para proteger lo que la naturaleza nos ha regalado sin discriminación. Realmente, sin discriminar, todas y todos podemos aportar aquí.
Pero también como profesional he visto que la ciencia astronómica no obedece fronteras. Comunidades de científicos de diferentes países y continentes, sin fijarse en género, origen étnico u orientación política, por nombrar algunas características, trabajan mancomunadamente para avanzar en nuestro conocimiento del universo como especie humana. Mi propia experiencia me ha mostrado lo asombroso que resulta el poder discutir ciencia y planificar observaciones entre colegas repartidos por todo el mundo: Norteamérica, Europa y Australia, por ejemplo, de manera simultánea. Las diferencias en huso horario o ubicación geográfica no son impedimento alguno para hacer astronomía colaborativa y avanzar en nuestra comprensión del cosmos.
La astronomía, así, nos maravilla y nos inspira como seres humanos a vivir y trabajar sin fronteras y, sobre todo, a relacionarnos sin discriminar a nadie, solo teniendo como medida las capacidades y méritos de cada persona para alguna actividad determinada bajo igualdad de condiciones.