Por Danilo Hernández Ulloa, Director Escuela Tecnológica Industrial, Instituto Profesional Virginio Gómez.
Pasamos por un proceso mundial donde es imprescindible volver a lo natural y ecológico, ya que, tal como lo manifiesta la ONU, estamos en “modo emergencia por el medio ambiente”. Solo consideremos las cifras poco alentadoras de los niveles de contaminación y residuos de nuestro planeta (45 % en el uso de combustibles fósiles, 90 % de la pérdida de biodiversidad y el estrés hídrico, la utilización de 1,6 Tierras para mantener nuestro actual modo de vida, 11.200 millones de toneladas de residuos sólidos, entre muchos otros) lo que claramente indica que nuestro estilo de vida debe cambiar y transitar hacia un pensamiento y actuar circular.
Es aquí donde es necesario educar e instalar en las personas conceptos para un nuevo estilo y desempeño en la vida, que trasformen la cultura, costumbres y desesperanzas, por medio de nuevos conocimientos, en una relación simbiótica donde se establezcan beneficios y colaboración mutua entre individuos. Si el concepto de simbiosis lo vemos como una relación estrecha de convivencia entre seres vivos de distintas especies, es posible derivar esta definición hacia el quehacer cotidiano de la matriz productiva pensando en una relación virtuosa y estrecha entre industrias, es decir, hablamos de Simbiosis industrial.
La Simbiosis Industrial es el intercambio de materiales o energía entre distintos sistemas productivos de manera que el residuo de uno sea materia prima para otros, implementándose relaciones “productivas eficientes” entre los diferentes actores o empresas, pero con participación de todos y todas (municipios, empresas, ciudadanía, sociedad, etc.) a través de un real trabajo colaborativo para potenciar la economía de un sector o territorio y, a su vez, disminuir los niveles de contaminación y residuos de nuestro planeta, con consecuencias positivas tanto ambientales como sociales.
Ejemplo claro de esta herramienta de economía circular, que viene de los años 60-70, es el caso de Kalundborg en Dinamarca que evidencia grandes logros muy dignos de imitar, tales como significativas reducciones en el consumo de materias primas y energía (consumo de agua, carbón, petróleo y yeso), en la cantidad de emisiones de CO2 evitadas, ahorro de costos para las empresas, incremento del desarrollo e innovación en los procesos y crecimiento de sectores sostenibles, entre otros.
En el caso de Chile, considero que es necesario trabajar sobre la voluntad aplicada y permanente, educando de manera pertinente a la comunidad, pero sobre todo a técnicos y profesionales (área mecánica, minería, eléctrica, energías, química, industrial, etc.) para que aprendan desde la consciencia y reflexión, a través de valores claros y un pensamiento crítico, cómo aplicar trasversalmente como parte de un nuevo estilo de vida y, también, en sus futuros puesto de trabajo, herramientas de simbiosis industrial con una mirada circular. No olvidemos que Chile produce anualmente alrededor de 20 millones de toneladas de residuos sólidos, siendo 55% de origen industrial y 42% municipal y domiciliario, alcanzando este último apenas un uno por ciento.
En consecuencia, el panorama no parece muy alentador a pesar de las medidas que se ha buscado poner en práctica. Ante ello, es muy necesario avanzar y comprometerse con la Simbiosis industrial y el trabajo colaborativo con el fin de construir, desde el diseño, redes socio productivas capaces de potenciar una economía ecológica, generando, por ejemplo, eco-parques industriales en distintos sectores del país.