Dr. David Oviedo Silva, Académico Departamento de Historia UdeC.
La ceremonia inaugural de los JJ. OO ha revelado indicios del genio creativo francés, no obstante, también ha suscitado contradicción con motivo de una exhibición particular, me refiero a la eventual recreación de la obra El Festín de los Dioses de Jan van Biljert (s.XVII). Para cierta sensibilidad cristiana (indistintamente católica, protestante u ortodoxa) resultó polémica su asociación con la célebre Última Cena de Da Vinci. Más allá del rol provocador del arte de vanguardia, ¿qué refleja dicha discusión en torno a la religión y su lugar en la esfera pública? Distinguiré dos conceptos atingentes al tema: secularización y desacralización.
La secularización es la declinación de la religión en el escenario social o su confinamiento al ámbito privado. Se expresa en la separación de la Iglesia del Estado o en la progresiva hegemonía de la ciencia como cosmovisión dominante para explicar la realidad.
La secularización representa una faceta deseable de la modernidad, considerando su horizonte liberal de conciencia de derechos. Por otro lado, la desacralización puede significar un fenómeno problemático, asociado al nihilismo, a una desorientación existencial (Eliade) y/o al vaciamiento de un fundamento sagrado para la ética o de un sentido trascendente sobre la vida y la muerte. En clave sociológica se manifestaría como anomia, la cara sombría de la sociedad moderna en la mirada de Durkheim. La historia universal también evidencia, desde referencias como Vico o
Toynbee, la función de la religión en el origen de las disposiciones normativas de las civilizaciones y en la extensión del campo del progreso a una evolución espiritual de la humanidad.
¿Responde la polémica performance olímpica a un hecho de la secularización? Sin duda, y es una expresión del espíritu libertario y trasgresor francés al estilo de mayo del 68. ¿Es una manifestación de desacralización? Sostengo que también, lo que desafía nuestra capacidad para convivir en un contexto pluralista, donde la irreverencia es tan legítima como la aproximación a lo sagrado. Más allá de la exaltación provocada por el episodio, podríamos aprender de ambas alusiones artísticas.
La recreación olímpica del Festín de los Dioses apunta a principios atendibles de legitimación de la diferencia y la libertad creadora, por su parte, la Última Cena remite en definitiva a la figura de Jesús, quien precisamente dignifica a quien experimenta marginación y desestabiliza la tradición religiosa, sin renunciar a la apelación a lo sagrado o, incluso, pretendiendo su encarnación en la Historia.
Por mientras, sigamos disfrutando de la universalidad del deporte en la fiesta global de París 2024.