En Chile existen 467 caletas artesanales entre Arica y Magallanes, incluyendo el territorio insular y la mayoría de ellas sufrió cambios relevantes con el terremoto de 2010. Cambios que todavía siguen estando presentes.
Tumbes y Llico son dos caletas que sufrieron el impacto de las olas esa madrugada y la pérdida de prácticamente todo.
En Llico, provincia de Arauco, Enrique Salas tenía un restaurante de dos pisos, con capacidad para unas 160 personas. Además, contaba con una balsa flotante que servía para cosechar los productos que cultivaba, principalmente ostras, piure y choritos. Todo eso, incluida su casa y la de su hija, fue llevada por el mar. Incluso hoy, aún no recupera todo lo que perdió esa madrugada.
Salas relata que Llico contaba con varias casas de veraneo, restaurantes y viviendas permanentes, instaladas frente a la costa y de todas ellas, solo un puñado soportó el embate natural.
También señala que la balsa que tenía frente a la costa era su principal fuente de recursos para el restaurante, con cerca de 100 líneas de cultivo.
Tras el terremoto, Salas buscó renovar el cultivo de mariscos, construyó una nueva balsa, de similares características, aunque con menos líneas de cultivo, debido principalmente a que el lecho marino, como en muchos otros lugares, se había elevado considerablemente.
Dramáticamente, la nueva balsa solo estuvo operativa un par de meses. El 11 de marzo de 2011 hubo otro tsunami, a unos 17 mil kilómetros de las costas chilenas, y desde Japón las olas viajaron por el Océano Pacífico llegando hasta Llico y llevándose, una vez más, la balsa de Enrique y sus cultivos.
En Tumbes, Ana María Badilla volvía a su casa esa noche tras acompañar a una familia vecina en un velorio. En su hogar tenía instalado un taller de corte y confección, con algunas máquinas industriales, siendo este taller el sustento principal de su familia.
Tras el movimiento sísmico, y antes de la primera ola del tsunami, fue llevada por un vecino a los cerros del lugar. Desde ahí vio el lugar donde antes estaba su casa, de la que apenas quedaron algunos restos tras la segunda ola de aquella madrugada.
Sin vivienda y sin recursos para trabajar, meses después Ana María recibió una mediagua pero no trabajo. En ese momento decidió comenzar a vender empanadas, de manera informal, para conseguir ingresos.
Con sillas y mobiliario escolar, electrodomésticos usados y préstamos familiares, comenzó tímidamente a ofrecer sus productos, lo que al principio no resultó sencillo ni rentable.
Para Ana María, un hito clave fue aprovechar una entrevista periodística para difundir sus productos y con eso comenzaron a llegar cada día más clientes.
Japón también estuvo presente en la vida de Ana María, aunque mucho más tarde, recién en 2019, cuando gracias a un proyecto local tuvo la oportunidad de viajar al país asiático.
En septiembre del año pasado, tres mujeres de Talcahuano visitaron Japón y compartieron experiencias con 3 mujeres niponas que, tras el terremoto de 2011, también tuvieron recuperar sus hogares, negocios y su vida en general.
La visita de estas tres mujeres a Japón fue registrada en video para el desarrollo de un documental que muestre principalmente la resiliencia de estas mujeres, chilenas y japonesas.
El material será estrenado este 27 de febrero en Talcahuano y se espera que en marzo lleguen de visita a Chile las mismas mujeres que recibieron a Ana María en suelo asiático.
En Llico, gracias a proyectos de Innova y recursos propios, la balsa flotante de Enrique Salas se convirtió finalmente en un restaurant flotante, donde los comensales pueden degustar mariscos cultivados en el lugar y extraídos en el momento.
Eso sí, las cosas no son sencillas, y aún deben seguir trabajando para recuperar parte de lo que perdieron, pagar deudas y, principalmente, asegurar el estudio de hijos y nietos.
Ana María en tanto, a sus 69 años, quiere seguir trabajando en su restaurant Punta Norte, para cumplir con sus compromisos financieros y luego poder viajar por Chile. Eso sí, las energías no le faltan, incluso para aconsejar a los más jóvenes.
Hoy, tanto Enrique como Ana María continúan viviendo en sus respectivas caletas, Llico y Tumbes, recordando con nostalgia la vida previa al 27F, trabajando diariamente para ofrecer pescados y mariscos frescos a los turistas y mirando el futuro con la satisfacción de haberse levantado.
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