De sorpresivo no tuvo mucho. Los vecinos de la villa Jerusalén, apenas comenzaron a instalarse en sus nuevas viviendas, advirtieron que el entorno inmediato era amenazante. Y muchos de ellos dicen haber hablado con las autoridades para que, por lo menos, les crearan cortafuegos.
Sin embargo, el incendio que tuvo en jaque a 200 casas del sector durante la noche del miércoles y la madrugada del jueves no hizo más que confirmarles que, en efecto, no estaban viviendo en un lugar seguro.
Confirmando lo planteado, el vecino de la villa, Ariel Arévalo, quien apuntó que muchos de quienes residen en el sector llegaron tras ver sus viviendas destruidas por el terremoto del 201o, afirma que “sabíamos que esta villa corría un tremendo peligro, en especial en tiempos de verano, y ayer fuimos visitados por diversas autoridades y les planteamos la necesidad de que nuestros sitios cuenten con corta- fuegos, o que se haga una limpieza a los terrenos continuos porque los matorrales vuelven a crecer y es muy desagradable vivir siempre con este miedo todos los veranos”.
Fue ese miedo el que hizo creer a casi la totalidad de los vecinos del sector que, inminentemente, perderían sus casas. Un miedo tan real que ya en la mañana de ayer, mientras con palas y mangueras seguían sofocando las brasas o el humo que seguía emanan- do desde el predio rural colindante, agradecían al cielo que no hubiese muerto nadie ni se haya destruido ninguna de sus casas.
Nicole Sepúlveda y Miguel Fuentes, residentes del conjunto habitacional, dijeron a nuestro medio que “el fuego llegó aquí mismo, de hecho, todavía está el foco atrás de mi casa, por eso están los bomberos trabajando”.
Nicole relata, con voz trémula aún horas después del fin de la amenaza, que “yo no estaba en Chillán cuando empezó esto. Pasé por Quilmo y pensé lo peor. Llegué a la casa como a las ocho y lo primero que hice fue sacar el auto y lo esencial, pero cuando volví por más cosas, no nos dejaron pasar y sinceramente pensé que todo se había acabado. Desde lejos vi llamas del tamaño de los árboles abrasando mi casa, entonces no entiendo cómo nos salvamos. No me queda más que pensar en lo divino”.
Tampoco es fácil para Miguel Fuentes explicar su caso y apela a la “suerte”.
“Yo tengo un aserradero. Y lo vi envuelto en llamas, escuchaba que decían que se había quemado entero y lo di por perdido. Pero después fuimos a ver y no le pasó nada. Los grandes responsables de esto fueron los bomberos y los brigadistas, porque para donde uno mirara estaban ellos trabajando, combatiendo el fuego, de no ser por ellos acá desaparece todo”, sostuvo.
Nota originalmente publicada por La Discusión, parte de Medios UdeC.