Por: Magaly Mella Ábalos
Dra. en Antropología social y cultural, y candidata constituyente por el Distrito 20 en Lista de Independientes del Biobío.
El 11 de abril elegiremos a quienes escribirán la Constitución para un nuevo Chile. Un Chile que queremos más justo, equitativo y solidario y en el cual tenemos una enorme responsabilidad, porque esta Carta Magna fijará las reglas del juego de aquí a los próximos 50 ó 70 años. Por ello, es fundamental que se base en el respeto a las diversas miradas que coexisten en nuestro país y en la armonía social.
La imagen de futuro que buscamos alcanzar para Chile debe considerar un Estado solidario, respetuoso de la diversidad humana, garante de derechos, descentralizado territorialmente, democrático y con espacios de participación vinculante, plurinacional e intercultural.
El estallido social del 18 de octubre dejó claro no sólo el descontento de una gran mayoría de la sociedad, sino que también desnudó el abuso sistemático al que hemos estado sometidos por tantos años. Fue ese hito el que permitió la posibilidad de cambiar la Constitución, por una que represente la voz de los que han estado marginados de sus derechos, de los que han sufrido discriminación, racismo y violencia y de los excluidos/as de un modelo de desarrollo que no ha alcanzado a todos los chilenos/as.
Para que las nuevas generaciones no comiencen su vida escolar y laboral con mochilas que les impidan su pleno desarrollo, no debemos claudicar en la construcción de cambios sociales, económicos, políticos y culturales que permitan un mejor presente y futuro para todos.
Necesitamos que los que escriban la nueva Constitución tengan un claro compromiso y adherencia con los valores democráticos, inclusivos y pluralistas que caracterizan al Chile del siglo XXI. Un Chile que se hace cargo de sus falencias y con espíritu solidario es capaz de salir adelante, sin dejar a nadie atrás.
Debemos arribar a una Carta Magna que responda a la sociedad diversa que es hoy Chile. Esta meta es parte de nuestro derecho a soñar, de nuestro derecho a la felicidad. No es una aspiración ingenua o un deseo, sino que una declaración de principios, de voluntad por construir un mejor mundo para las nuevas generaciones.
Para que esas nuevas generaciones, cuando hagan su juicio histórico, no nos reprochen el habernos farreado una oportunidad única, espero decirles que «hicimos la pega». Que costó llegar a acuerdos, pero les heredamos una Constitución con reglas del juego más justas. Producto de una creación colectiva y que defiende el adecuado uso de los recursos que nos da la naturaleza y su biodiversidad, con respeto a la identidad de los territorios y su cultura y donde se reconoce a los pueblos indígenas como naciones originarias preexistentes y, por ende, al Estado Unitario
plurinacional e intercultural.
Que les heredamos una Constitución que les permita el Küme Mogen, el buen vivir.