Por Felipe Cruz Parada, Profesor de Lengua y Literatura, colaborador de Libros al Aire.
Desde 1988, cada 23 de abril aflora un sentimiento de conmemoración. Tan simbólica como la literatura misma, se cree que en esa fecha murieron tres figuras fundamentales para las letras occidentales: Miguel de Cervantes, William Shakespeare y el Inca Garcilazo de la Vega.
La UNESCO levantó estos hechos incidentales como efeméride. Recayó el reconocimiento en tres hombres, todos de este lado del mundo, sin sumar los relatos y la autoría de Oriente o de autoras occidentales. Así y todo, el Día del Libro se plantea como universal para la escritura creativa, la propiedad intelectual y la industria editorial.
Es en base a estos tres últimos pilares que el ovillo de la ficción sigue creciendo. “La literatura existe porque el mundo no basta”, decía Fernando Pessoa. Y estamos de acuerdo. El libro es un objeto en el que caben los detalles mejor recordados y los secretos más ocultos. Cada ejemplar trae consigo respuestas que nos llevan a más preguntas.
Se nos ha enseñado que leer es un hábito y que sirve de gozo y recreación, pero en esta pandemia descubrimos que es necesario e impostergable. El fomento a la lectura cambia vidas. La experiencia de leer plantea la redefinición de nosotros mismos, revisando los trazos de nuestra identidad.
Esta debe ser también una fecha para conmemorar la literatura de nuestros territorios y las editoriales locales. Junto con ello, recomendar más textos escritos por mujeres y comunidades disidentes. Igualmente, es necesario valorar las acciones concretas realizadas en clubes de lectura, seminarios, cuentacuentos y bibliotecas remotas. A nuestro favor, en la hoja en blanco cabemos todos, todas y “todes”. Así construimos trayectorias de lectura.
Referente al libro, hay deberes y derechos en cuanto a su acceso. A pesar de los múltiples descuentos que promocionan hoy las librerías del país, no hay que olvidar que este tiene un impuesto del 19%, convirtiéndose esto en otra barrera que impide la democratización de la lectura y la producción de diversas obras.
Cada 23 de abril es importante, así como cada recuerdo en torno al libro, pues ahí están nuestras huellas de sentir y de pensar. Estos son una invitación abierta a construirnos y deconstruirnos, personal y colectivamente. Cada texto es un fuego cuya llama está destinada a encendernos. Leamos: en silencio y en voz alta, para uno mismo y para el mundo entero.