Por: Dr. Roger Leiton Thompson, investigador del Centro para la Instrumentación Astronómica (CePIA), Proyecto Anillo Formación y Crecimiento de Agujeros Negros, Departamento de Astronomía UdeC.
La astronomía fascina a muchos: por la estética de sus imágenes, porque nos conecta con nuestros orígenes, por la vastedad de espacio y tiempo, por las prodigiosas máquinas que usa, por las proezas de la exploración espacial. Las noticias sobre el Cosmos atraen a miles.
Pero dejémonos de cuentos. Si se dejan de construir observatorios o si desaparecen las columnas de astronomía de los diarios, sólo una ínfima fracción de los habitantes del planeta rompería en llanto junto con los astrónomos. No esperemos ver a millones marchando por las capitales del mundo exigiendo telescopios más grandes (y caros) en Atacama o más misiones para explorar el Sistema Solar.
Si sólo una ínfima fracción de la población es afectada directamente por la astronomía ¿cómo es que algunos países invierten miles de millones (ponga aquí la moneda que quiera) para observar el cielo o para internarse en el espacio? ¿por qué se mima a los astrónomos con tan caros juguetes? Hay muchas posibles explicaciones, pero en lo que compete a las naciones las respuestas convergen hacia una sola idea: tener poder. Estimados lectores, les ofrezco aquí una pequeña muestra en 3 actos de la relación entre astronomía y poder.
Acto 1: Conexión al cielo
En China el emperador era el centro del Universo y los cielos la extensión de su personalidad. En Sudamérica, el Sapa Inca era reverenciado ni más ni menos por ser Intip Churin, el hijo del Sol. El Imperio Azteca estaba obsesionado registrando el tiempo en calendarios, sacrificando humanos al por mayor para posponer el fin del mundo cada 52 años. Los dioses de los 5 planetas conocidos en su época (Júpiter, Marte, Mercurio, Saturno y Venus) fueron centrales en la parafernalia imperial y religiosa de romanos y griegos. Desde el siglo IX, califas y gobernadores del Imperio Islámico financiaron con gusto observatorios en su territorio para fijar el momento del rezo en orientación precisa hacia la Meca, así como para recibir asesorías astrológicas en política de estado y en
asuntos personales.
Desde los Babilónicos, los calendarios calibrados con los ritmos del cielo organizaron a las antiguas civilizaciones, alertaban de los ciclos de lluvias y sequías, programaban siembras y cosechas a gran escala y marcaban fechas para rituales de cohesión social. Para que la astronomía fuese útil en manos imperiales se exigía el censo regular de las posiciones y tiempos de todo lo que se moviese en el cielo. La observación oficial del firmamento en la antigüedad estaba en manos de sacerdotes, guardianes de los sistemas de creencias, más cercanos a la astrología que a la astronomía.
Mientras, el pueblo se aglutinaba en torno a los comandos sagrados emergentes del cielo, designios amplificados por boca divina del emperador. Las estrellas guiaban a los líderes de la antigüedad y los astrónomos eran sus intermediarios, avales del poder divino en la Tierra.
Acto 2: A la conquista de un planeta
La mayor parte de la conquista en el mundo antiguo se hizo por tierra y la expansión marítima de esos imperios era casi siempre navegando con la costa a la vista. Pero desde el siglo XVI la astronomía se convirtió en herramienta náutica por excelencia cuando Europa adoptó nuevos métodos astronómicos venidos desde Oriente, sobre todo con la medición de ángulos en el cielo usando nuevos instrumentos (astrolabios, sextantes y más tarde telescopios). Los viajes de exploración hasta los límites de la Tierra -comenzados por Colón, Magallanes y Da Gama- representaban las ambiciones imperiales de España y Portugal, primero, y de Inglaterra, Francia, Holanda, Rusia, Austria y EE.UU después.
Aquellos viajes dependían enteramente de poder leer con precisión los patrones en el cielo como si éste fuera una carta de navegación. Podías moverte por el planeta sólo si eras capaz de calcular tus coordenadas en medio de un océano sin más referencias que el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas. La ubicación entre el ecuador y los polos (la latitud) era fácilmente deducible sabiendo qué estrellas son visibles y cuáles no en la dirección norte-sur. Por otro lado, ya que la Tierra gira de oeste a este, la posición en esa dirección (la longitud), era un problema extremadamente complicado, y demandaba acarrear relojes de precisión y frágiles instrumentos para medir la posición de los astros desde las inestables cubiertas de los barcos en condiciones ambientales extremas. Evitar el
naufragio de la preciosa carga (oro, pimienta, azúcar, entre otros lujos) era un asunto de seguridad nacional e incluso algunos mapas y catálogos de estrellas llegaron a convertirse en secretos militares de estado. Estas exploraciones científico-comerciales empezaron a trazar una red de carreteras oceánicas por todo el globo, siempre resguardadas por algún puño imperial.
Gobernar el territorio era conocerlo antes. Primero había que navegar hasta encontrar tierras desconocidas, medirlas, mapearlas y reclamarlas para sí. Luego, explotarlas y cobrar impuestos. Las misiones de levantamiento topográfico y la instalación de observatorios astronómicos se multiplicaron. Se midió la forma de la Tierra y el tamaño de los continentes para saber cuánto territorio le tocaba a cada potencia, evitando así conflictos mayores.
Desde el siglo XIX, observatorios dispersos por el mundo -desde Chile y Canadá hasta la India y Australia- calibraban las mediciones del territorio y eran parte de la red colonial de rutas marinas y ferroviarias, zonas de producción y abastecimiento. Los astrónomos proveían mediciones precisas del cielo y de la Tierra, a cambio, los
imperios les ofrecían financiamiento, protección e infraestructura para circular por el globo haciendo ciencia. Los imperios unifican territorios, someten pueblos, crean conocimiento, explotan recursos y generan fortunas. Y la astronomía ha sido compañera fiel en esa empresa.
Acto 3 y… ¿final?: El músculo de la guerra
Quien domina la tecnología, domina la guerra. Los vasos comunicantes entre militares y astrónomos se unieron aún más a partir del siglo XX. La lista de colaboración es larga. Es un asunto de billeteras grandes: EE.UU, China y Europa Occidental son punteros. India, Arabia Saudita, Rusia y Japón clasifican más abajo. Como el presupuesto militar de estas potencias supera por lejos al de los astrónomos, la astronomía generalmente sale beneficiada con el subproducto militar. Algunos ejemplos:
– La ingeniería refinada por los alemanes para bombardear Londres con cohetes automáticos durante la 2 da Guerra Mundial fue la guía para enviar naves hasta la Luna y más allá. El radar, inventado para hacer rebotar ondas de radio en aviones y detectarlos a gran distancia, también puede hacer mapas de la superficie de planetas, lunas, asteroides y cometas. Satélites militares dedicados a detectar el tufo radiactivo de pruebas nucleares en tierra, se adaptaron como telescopios espaciales para observar explosiones estelares. Además, las reacciones nucleares ocurridas en esos tests atómicos ayudaron a los astrofísicos a entender cómo se forman los elementos químicos en las estrellas.
– Una estrella se ve titilar después que su luz pasa por la atmósfera. En los 1950’s nace la idea de usar un pequeño espejo que se deforme rápidamente para eliminar lo borroso en las imágenes tomadas por telescopios (producto de la turbulencia atmosférica) hasta convertirlas en fotos tan nítidas como si el telescopio estuviese en el espacio. Pero la astronomía de la época no contaba con la tecnología (ni el presupuesto) para ponerla en práctica. La Fuerza Aérea de EE.UU desarrolló la técnica en secreto entre los 1960’s y 1970’s para usarla en satélites espías y en telescopios militares. Aquellos avances secretos se desclasificaron en los 1990’s y desde entonces forman parte del repertorio estándar de los grandes telescopios astronómicos.
– Los satélites artificiales son esenciales para tener control del espacio circundante a la Tierra, no porque puedan lanzar bombas (¿todavía?), sino porque son estratégicos en las comunicaciones globales, el monitoreo del planeta y el espionaje entre países. Pero como patos a tiro de escopeta, son vulnerables por tener trayectorias predecibles. La red global de satélites forma parte de una silenciosa guerra fría de alta tecnología entre potencias que incluye también supercomputadores, sensores, redes de internet, semiconductores, ciberterrorismo, inteligencia artificial, entre otros ámbitos. Sin satélites estaríamos ciegos: sin localización por GPS, sin mapas meteorológicos, sin transacciones bancarias internacionales.
En el futuro, esta competencia espacial se extenderá hasta la Luna, Marte y asteroides cercanos en busca de minerales extravagantes que a su vez alimentarán los nuevos desarrollos en tecnología, comercio y armas. Y en toda esta imparable carrera de poder la astronomía seguirá siendo, como siempre, una fiel compañera.