Por Dr. Óscar Ponce Ponce, académico y profesor de Bioquímica
Hace muchos años, cuando estudiábamos anatomía humana y teníamos la oportunidad de tener en las manos este órgano llamado corazón, casi éramos irreverentes. Pero cuando nuestro profesor nos describía una de sus funciones, que era recibir la sangre y enviarla a los pulmones para oxigenada y devolverla al corazón, para luego enviarla a todo nuestro cuerpo y así mantener esta función por toda la vida, cambiábamos nuestra irreverencia por un gran respeto. Recordamos con aprecio a nuestro profesor, el Dr. Edgardo Enríquez, cuando nos enseñaba con mucha seriedad sobre este órgano y agregaba, en un lenguaje coloquial y gracioso, “el corazón no tiene forma de corazón”.
Más adelante, empezamos a entender la maravillosa fisiología de este órgano cuando debimos aprender que el corazón humano empieza a latir desde los 23 días de vida intrauterina. Allí, éramos seres humanos no nacidos, y el corazón nos empezaba a dar vida. Y esta idea, debo confesar que, luego de un gran tiempo, me ha causado una emoción muy negativa a propósito de la discutida ley de aborto. Y mucho más cuando una autoridad se refería a estos seres como solamente un “montón de células”.
Se puede decir que se trata de un motor de modalidad autónoma, con posibilidades externas de acelerar y de usar diferentes tipos de combustibles, que son los alimentos y el oxígeno, y que tiene su primera prueba de aceleración cuando, al momento de nacer el ser humano, aumenta la frecuencia de sus latidos. Como queriendo decirle al mundo «aquí vamos, abandonando el cálido baño intrauterino de nuestra madre. Aquí vamos, entrando a una nueva vida». A partir de este momento, inicia su trabajo fisiológico de impulsar la sangre por todo un sistema de arterias, capilares y venas por todo nuestro cuerpo, y para toda la vida.
¿Sabía ud. que cada vez que late el corazón en una persona adulta moviliza 70 centímetros cúbicos de sangre?
Si ud. calcula que nuestro corazón late aproximadamente 100.000 veces al día, entonces movilizará 7.000 litros de sangre. Si ha cumplido 70 años, entonces su corazón habrá latido 2.565 millones de veces.
Este órgano, parte de nuestro sistema cardiovascular, está estructurado en cuatro cavidades. Esto, para impulsar armónicamente la sangre por un entramado de arterias, capilares y venas para llevar a todas nuestras partes corporales el oxígeno desde los alvéolos pulmonares, y en otro orden, los nutrientes digeridos de nuestra dieta a todos nuestros sistemas, tejidos y células. Por otra parte, para retirar todos aquellos productos del catabolismo que no son útiles y que podrían constituir un tóxico mortal para nuestro organismo. Esto y mucho más nos enseñaron nuestros profesores respecto de la función del sistema cardiovascular. Tanto, que llegué a pensar que el corazón era un órgano inteligente, pero con el tiempo aprendí también de ellos que la inteligencia es una función exclusiva del cerebro humano
Uno de los cambios rítmicos que el corazón se permite es a causa de las grandes emociones cuando involucran una gran cantidad de sentimientos, a veces muy juntos y en el mismo tiempo, como recordar, ordenar, anticipar, visualizar, programar, esperar y tener por lo tanto grandes necesidades cerebrales de oxígeno y glucosa. Así le ocurrió a aquel hombre que protagonizó la primera llegada al suelo lunar. En ese momento, el corazón de Neil Armstrong aumentó su frecuencia cardíaca a 156 desde una normalidad de 75. Fue una de las dos más grandes hazañas científicas del siglo veinte. Y también la oración que la historia del mundo nunca olvidará: “Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la Humanidad”
Algo parecido le debe haber ocurrido a Marie Curie, una extraordinaria mujer, científica de profesión y alma, cuando en 1911 subió al estrado más famoso del mundo, lejos de su patria, y recibió el Premio Nobel de Química y Física.
Mi mensaje es que debemos cuidar esta maravillosa máquina. Hoy en día los hábitos, la competencia, el sedentarismo, el cigarro, las bebidas alcohólicas, las demás drogas, la comida chatarra, las grasas, los excesos de azúcar, los condimentos y, en lo inmaterial, los enojos, la violencia, las preocupaciones y la falta de resiliencia no son la mejor manera de cuidar nuestro corazón. En contrario de aquello, la conquista de la tranquilidad, la risa, el encuentro con emociones positivas, el optimismo, la solidaridad, la ayuda, la empatía y el gesto amable son la mejor manera de favorecer nuestro sistema cardiovascular y, por ende, nuestra calidad de vida biológica.
Finalmente, algo que no se debería olvidar: si ud. se está acercando o ha llegado a la adultez, aunque se sienta bien, visite a su médico cardiólogo. Su corazón se lo agradecerá.