Han pasado casi cuatro meses desde que la comunidad nacional fuera testigo de la debacle ambiental en el fiordo Comau, en el cual una combinación de condiciones climáticas y posiblemente humanas provocaron una floración algal nociva de gran magnitud e intensidad con consecuencias económicas y ambientales relevantes.
En este sector se encuentran operando una serie de centros de cultivo de salmones, de varias empresas, los que, debido a este fenómeno, sufrieron pérdidas en sus cultivos que al día se hoy se estiman en 5 mil toneladas de peces.
“Esto lo anticipamos”, dice Doris Soto, investigadora del INCAR – Universidad de Concepción. Se refiere a dos estudios previos, el primero realizado con un grupo importante de científicos chilenos donde se propone un enfoque más ecosistémico a la gestión de la salmonicultura y donde se realizó un análisis de riesgo preliminar comparativo de eutroficación de cuerpos de agua que se usan para la producción de salmones.
En ese análisis el fiordo de Comau aparece con nivel de riesgo más alto dada una menor tasa de recambio de sus aguas, condiciones de bajo oxígeno en el fondo y una importante producción de salmones acumulada en la última década, lo cual ha ingresado una cantidad de nutrientes no despreciable a este ecosistema.
Un segundo estudio, un análisis de riesgo frente al cambio climático (ARClim) propiciado por el Ministerio de Medio Ambiente, donde además se consideran las proyecciones de reducción de precipitaciones en la Patagonia norte y la pre existencia de FAN, también señaló a este fiordo y otros con niveles mas altos de riesgo frente a este tipo de fenómenos.
En este último estudio, además del fiordo Comau, se identificaron como lugares de mayor riesgo para la industria salmonera el estuario y seno de Reloncavi por el norte, además de los fiordos Puyuhuapi, Quitralco y Cupquelan en la parte sur.
La investigadora lidera la publicación científica aparecida esta semana “Scientific warnings could help to reduce farmed salmon mortality due to harmful algal blooms” (“Advertencias científicas podrían reducir la mortalidad de los salmones en granjas de cultivo por floración de algas nocivas, FANs”), publicado en Marine Policy, en donde se discute sobre la urgencia de integrar en forma más sistemática la capacidad predictiva científica y el análisis de riesgo en la regulación y toma de decisiones relacionadas a este sector productivo.
“También el enfoque ecosistémico”, dice la Dra. Soto, enfatizando en que la industria y el regulador tienen ante sí una gran oportunidad de evolucionar hacia una producción que entiende sus efectos en el ambiente y no solo se preocupa de su operación e impactos en el entorno de los centros de cultivo.
¿Por qué se produjo esta floración algal nociva (FAN) y la muerte de los peces? En su análisis, los investigadores indican que una floración algal se produce por una combinación de variables a menudo difíciles de predecir y abordar.
A nivel ambiental, por ejemplo, la reducción de agua dulce ingresando a los fiordos producto de la falta de precipitaciones genera una tasa de recambio de agua mas lenta. Además, un mayor número de días sin lluvia con cielos mas despejados incrementan la cantidad de luz que acelera la fotosíntesis de las microalgas.
Pero lo que los autores de esta publicación postulan es que si bien ciertas condiciones climáticas suelen gatillar estos florecimientos, su ubicación, extensión espacial y prevalencia puede ser determinada por la disponibilidad de nutrientes, por ejemplo, de nitrógeno.
En un ambiente como Comau la salmonicultura sería el factor mas importante ingresando nutrientes al ecosistema a través de fecas y excreción de los peces, nutrientes que se depositan en los fondos marinos y/o que se procesan en la columna de agua por parte de las cadenas tróficas naturales.
Sorprendentemente, existen muy pocos estudios de campo que aborden directamente el papel de estos nutrientes sobre las floraciones algales nocivas. Sin embargo, no se puede seguir desconociendo su potencial relevancia y es urgente abordar este tema, advierten en la publicación.
“Puede volver a pasar”
El Dr. René Garreaud, investigador en dinámica del clima, explica que las condiciones climáticas vistas en la región de Los Lagos y Aysén el verano recién pasado responden a una significativa tendencia a la sequía durante las últimas tres a cuatro décadas en esta zona, la que se ha atribuido en gran parte a la tendencia del Modo Anular Sur (SAM, por su sigla en inglés) hacia su fase positiva, lo que, a su vez, se debe al aumento de los gases de efecto invernadero en la troposfera y al agotamiento del ozono en la estratosfera polar.
El investigador explica que cuando variaciones naturales (como El Niño) se superponen a esta tendencia de largo plazo se producen sequias muy intensas como la ocurrida el año 2016. “Es muy probable que veamos un mayor número de estos eventos extremos -dice Garreaud-a consecuencia del cambio climático que ya está en curso”.
El Dr. Jorge León, por su parte, indica que la evidencia sobre los factores climáticos mencionados y su potencial ocurrencia futura con resultados similares, es sólida, en su caso apoyado por la historia de descarga de agua dulce del Rio Puelo al estuario de Reloncavi, como modelo.
El Dr. Renato Quiñones, otro de los autores de la publicación en Marine Policy, dice que aunque falta mucho camino por recorrer, la capacidad predictiva actual de este tipo de fenómenos “es algo que las autoridades y la industria en general deben tener en consideración” a la hora de diseñar y proyectar el desarrollo de la industria.
El investigador sostiene que existe una necesidad urgente de centrarse más en la capacidad de carga de los cuerpos de agua que albergan la actividad, lo que permitirá una mejor comprensión del papel de los nutrientes de la acuicultura en la aparición de FAN.
“Si conocemos mejor o tenemos al menos indicadores de la capacidad de carga de los ecosistemas donde se autoriza la instalación de los centros de cultivo, podríamos determinar cuánta producción es razonable instalar ahí”, apunta.
En la publicación, los investigadores advierten que pese a que la industria nacional es el segundo productor mundial después de Noruega, el actual sistema chileno de evaluación de impacto ambiental (SEIA) no considera el transporte potencial de nutrientes particulados, materia orgánica, más allá de las jaulas de peces a partes más profundas de los fiordos y canales donde no se realizan evaluaciones ambientales permanentes.
“La producción máxima permitida por área y por cuerpo de agua -explica la Dra. Soto-, debe responder a indicadores de la salud del ecosistema, más allá de los efectos en la proximidad de las granjas individuales. El destino de los nutrientes disueltos es aún menos conocido. La distribución espacial de la producción de salmón debe responder a criterios de riesgo y oportunidad, pero considerando los riesgos para todo el ecosistema, así como los riesgos para la propia actividad”.
Entre sus recomendaciones, los autores sostienen que la confianza de la predicción de riesgo aumentará con mejor información, por lo que es urgente diseñar y/o mejorar sistemas de monitoreo atmosférico, oceanográfico y biológico permanentes que sirvan para mejorar nuestro entendimiento de interacciones complejas entre clima y ecosistemas, y faciliten la alerta temprana, cuyo diseño e intensidad debe responder a los riesgos estimados para diferentes cuerpos de agua.
Para áreas con alta intensidad de cultivo de salmones como por ejemplo Seno y Estuario de Reloncaví, y varios ambientes en Chiloé continental e insular, sostienen que es fundamental implementar áreas marinas protegidas para poder evaluar permanentemente y separar los impactos generados por la variabilidad climática de los originados por actividades antropogénicas directas como la acuicultura. Actualmente no podemos separar efectos de cambio climático de efectos de la salmonicultura por que prácticamente no tenemos cuerpos de agua comparables sin centros de cultivo de salmón.
“El seguimiento de este tipo de ecosistemas de referencia es fundamental para comprender mejor el efecto climático en las FAN, lo cual es extremadamente relevante para diseñar medidas de adaptación ante la variabilidad climática y el cambio climático”, enfatiza la Dra. Soto.