Un profesor universitario de provincia. Así se autodefinió Agustín Squella Narducci durante su participación en el ciclo Participación y Ciudadanía, organizado por la Vicerrectoría de Vinculación con el Medio de la Universidad de Concepción, VRIM.
Un profesor que concitó un profundo interés de parte de quienes siguieron su conferencia ¿Por qué importan las Humanidades y, en particular, la Filosofía?, lo que se vio reflejado en la gran cantidad de preguntas recibidas por las redes sociales por las cuales se transmitió la conversación.
Es que Squella, como es habitual, supo englobar en su conferencia no solo el aspecto teórico sobre las definiciones y el devenir de las humanidades y la filosofía, sino también el rol preponderante de ambas en estos tiempos difíciles.
Su participación fue un buen cierre para el ciclo de conversaciones de VRIM UdeC, espacio destinado a la reflexión, a partir de las perspectivas diversas de los invitados e invitadas, sobre temas como la situación de nuestros pueblos originarios, la relación entre comunicación y tecnología, la mirada de la mujer en los conflictos sociales y la importancia de las humanidades.
La Vicerrectora de Vinculación con el Medio, Claudia Muñoz Tobar, señaló que el ciclo Participación y Ciudadanía debe entenderse en varios contextos: “las universidades se hallan cada vez más ampliamente convocadas por las necesidades y demandas de la sociedad. La emergencia sanitaria que estamos experimentando y el proceso constituyente recientemente iniciado, han movilizado las capacidades de las instituciones de educación superior para responder a las demandas derivadas, haciendo lo que hacen y las define: generar, aplicar, acrecentar y compartir el conocimiento. Pero los requerimientos y pautas para la universidad suelen ser tantos, que a veces pueden saturar su cotidianeidad y limitar cada vez en mayor medida las posibilidades de detenerse en un examen más pausado sobre cuestiones tanto o más importantes que el modo de responder a ellas”, dijo.
Por ello señaló también que “en tiempos en los que la discusión y el diálogo racionales, parecen haber cedido ante la compulsión de la opinión inmediata o exaltada, la imposición de ideas desde una superioridad moral supuesta, la adhesión fácil solo a las perspectivas asimilables con las propias y el descuido y desinterés por la verdad, la Universidad se enfrenta a un enorme desafío, porque todo este contexto amenaza precisamente esas metas, valores y prácticas con las que está comprometida y que aspira a realizar como comunidad inserta en un tiempo y en un medio determinados. Este compromiso y ese desafío constituyen, a mi entender, el marco que da sentido al ciclo que hoy cerramos”.
Somos iguales en dignidad
Bajo la convocatoria de dos palabras fundamentales, humanidades y filosofía, Squella señaló que “no es raro que, a la hora de hablar de ambas, el título de esta sesión se haya enunciado bajo la forma de una pregunta. La filosofía vive de las preguntas antes que las respuestas. De preguntas que nos ponen siempre en aprietos. La filosofía, dice Fernando Savater, no consiste en salir de dudas, sino más bien entrar en ellas, saltar por encima de las apariencias, cuestionar y cuestionarnos algunas certezas por las que podemos pasar en la vida”.
Humanidades, por otra parte, es una palabra multívoca, que tiene diferentes significados. Pero, en el contexto de esta actividad, Squella se refirió a aquel que “alude a un conjunto de saberes y disciplinas que tienen que ver con la especie humana, en su dimensión cultural. Es decir, todo aquello que nuestra especie ha sido y es capaz de producir. El destacado filósofo chileno Jorge Millas decía que cultura, en el sentido amplio de la palabra, no es más que lo que resulta de la acción conformadora y finalista del hombre y de la mujer”.
También citó al jurista alemán, filósofo del derecho, Gustav Radbruch, quien, a su juicio, lo decía de manera más breve y literaria: “cultura es todo lo que los hombres y las mujeres han sido capaces de colocar entre el polvo y las estrellas”.
Para Squella, “lo que llamamos humanidades se relaciona directamente con un principio superior que, creo, estará presente, inequívocamente casi inevitablemente, en la nueva constitución que el país se dará en un tiempo más: la dignidad humana. Si estuviera en mi mano redactar un primer artículo de esa futura constitución, lo que me atrevería a decir es algo como: todas las personas nacen y permanecen iguales en dignidad y, en esta dignidad, se basan ciertos derechos fundamentales que el Estado reconoce a todas ella, sin excepción. Sería un buen punto de partida, aludir a la dignidad humana como un valor primordial”.
En ese sentido, el filósofo enfatizó en que todos y cada uno de los individuos de la especie humana, independiente de su biografía, condiciones de vida, aptitudes, desempeños, somos iguales en dignidad. “La peor desigualdad en una sociedad cualquiera, sería la desigualdad en dignidad. Como creo que esta aseveración es ampliamente compartida, estoy seguro de que la dignidad humana ocupará el primer lugar en el primero de los capítulos de la constitución que establecerá los distintos principios fundamentales del estado y de la sociedad chilena”, dijo.
Derechos, pero también deberes
A propósito de otro vocablo que actualmente ha estado adquiriendo relevancia: transhumanismo, Squella sostuvo que “paradójicamente, cuando la especie humana está a las puertas de ponerse al mando de su futura evolución, hoy se ve acorralada por un pequeñísimo virus, no visible siquiera por los microscopios comunes. La paradoja: cómo esta humanidad exitosa, a punto de colocarse al mando de su propia evolución, está hoy perpleja, angustiada, doliente, desconcertada, por un simple virus que tiene los efectos sanitarios perversos que conocemos. El transhumanismo, en esos términos, ¿apoyará la dignidad humana o acabará con ella? Que mañana pueda intervenirse el cerebro de una persona para mejorar ciertas bases neuronales de sus creencias, conductas o emociones, ¿será algo favorable a la dignidad humana? O, al contrario, ¿se transformará en una amenaza para su dignidad?”.
Asociado a ese tema, y a la gran pregunta que aún subsiste en el ámbito filosófico sobre ¿qué es el bien, y cómo podemos realizarlo y evitar el mal?; es decir, la ética, Squella ve anclado el presente y el futuro de la filosofía.
“La importancia de la filosofía no puede ser mayor. Si está trabajando en el campo de la ética, tiene mucho que decirnos en la época actual, con las dificultades que vivimos, para ayudarnos a reflexionar acerca de que, al momento de realizar nuestras actividades, podemos no sólo examinarlas, revisarlas, evaluarlas, del punto de vista técnico o jurídico, sino también de un punto de vista moral. En consecuencia, pese a que algunos filósofos han decretado la muerte de la filosofía, no es ni será el momento de extender un certificado de defunción a la actividad filosófica. Nadie que actúa en la vida en relación con los demás, puede evitar preguntarse qué es el bien, en relación con lo que hago, en el campo que actúo, y qué hacer para realizarlo”, manifestó.
Finalmente, y aludiendo a su señalada autodefinición de profesor universitario, Squella se declaró un convencido de que tenemos toda la razón al invocar nuestros derechos y exigir que se hagan efectivos.
Afortunadamente, dijo, “vivimos en el tiempo de los derechos, pero también tenemos deberes que cumplir y, en ocasiones, no estamos lo suficientemente atentos a ellos. Tenemos una cultura de los derechos, y hay que impulsar una cultura de los deberes, para complementar ambas. Si vivimos en sociedad, es porque tenemos derechos a los que no hay que renunciar, pero igual debemos consultarnos sobre nuestros deberes. Es bueno autoexaminarse o conversar acerca de cuáles son nuestros deberes y cómo los estamos cumpliendo, porque ellos importan vínculos y obligaciones con los demás. Uno forja su carácter ejerciendo derechos, pero también reconociendo en cada momento de la vida los deberes que debe cumplir y aceptando que debe cumplirlos”.
Comunicaciones VRIM UdeC