Por MSc. Claudia Garcia Lima, arquitecta, urbanista y profesora asociada del Departamento de Urbanismo de la Facultad de Arquitectura Urbanismo y Geografía, Universidad de Concepción.
La importancia histórica de las ciudades se inicia a partir del desarrollo tecnológico que permite a la humanidad asentarse en ciertos territorios, y donde a partir de un proceso evolutivo cultural, económico y social, se acumula por miles de años. Podemos al menos atribuir a las antiguas ciudades de Grecia y Roma, los marcos de referencia a los modelos modernos de las ciudades occidentales.
Pese a lo largo de su historia y evolución, sólo a partir de la revolución industrial a fines del siglo XIX y especialmente durante la segunda mitad del siglo XX, las ciudades han surgido como grandes puntos de atracción de la migración humana y han enfrentado un crecimiento poblacional exponencial. Actualmente, según datos del Banco Mundial, las ciudades son el ambiente en el cual viven más de 56% de la población mundial, no obstante, ocupan menos de 2% de la superficie terrestre.
Edward Glaeser, autor del libro El triunfo de las Ciudades (Taurus), plantea que el gran atractivo de esos lugares de concentración humana es justamente su capacidad de facilitar la interacción social y la comunicación. Las ciudades permiten la proximidad, la densidad y la intimidad, facilitando el intercambio de ideas, la generación de conocimientos y el desarrollo económico.
En las ciudades se concentran buena parte de los sectores productivos, por lo que se reconocen como motores del desarrollo económico y humano, especialmente en el último siglo. En las ciudades la humanidad ha podido tener mejor acceso a beneficios claves para la calidad de vida, como agua potable, saneamiento, salud, educación y empleo.
El acceso y uso de las tecnologías de información y comunicación (TIC´s), según un estudio de la CEPAL/FAO/IICA (2011), son fundamentales para la nueva economía, para lograr productividad, sostenibilidad y transparencia. La posibilidad de disminuir la distancia física, que proporciona la concentración en las ciudades, también son vitales para lograr la transmisión más rápida de información, que mueven los mercados financieros, que miden su capacidad de transacciones en función del tiempo estimado de ejecución de las órdenes de compra-venta, haciendo que las compañías financieras prefieran instalarse cercanas a los lugares de operación de las bolsas de valores.
Las ciudades donde la movilidad, la conectividad de la población y el comercio eficiente han sido catalizadores del progreso, se han configurado como lugares dinámicos y llenos de vida. Las economías de escala, la aglomeración de la producción y el transporte, que promueven cierta especialización, la productividad y la competitividad, se potencializan con la interacción cara a cara, y son parte del éxito al que apunta Glaeser en su libro.
Las tendencias que se han observado por organizaciones mundiales como la ONU, estiman que la población de las ciudades seguirá creciendo, especialmente en países de Asia y África. América Latina tiene una de las mayores concentraciones de población urbana, que llega a 81%, y en Chile a un 88%, constituyéndose así como el más urbanizado de los países latinoamericanos, según datos del Banco Mundial.
No obstante, a pesar de los aparentes beneficios que trae la aglomeración urbana, también son conocidas las externalidades negativas que afectan la población. La desigualdad en cuanto al acceso a los servicios de la ciudad por una parte importante de la población, la creciente inseguridad y violencia urbana, conflictos ambientales, altos costos de la vivienda y del transporte, escasez y mala distribución de espacios públicos, son solo algunos de los problemas que están haciendo crisis en el ambiente urbano.
A lo anterior, se suma que las ciudades consumen 78% producción de la energía mundial y producen más del 60% de las emisiones de gases de efecto invernadero, de acuerdo a ONU-Habitat. La dependencia de combustibles fósiles, especialmente en la población urbana, genera una alta vulnerabilidad a los efectos del cambio climático, lo que establece un gran desafío para el futuro de las ciudades en avanzar rápidamente a la transición hacia uso de la energía renovable, de la eficiencia en el suelo, de los espacios urbanos, las infraestructuras, formas de movilidad, edificios y de los sistemas productivos.
Con estas cifras, la dificultad de enfrentar el cambio climático se debe a cómo abordar los problemas que han surgido de la incapacidad de responder en tiempo adecuado las enormes demandas que se produjeron a partir del acelerado proceso de crecimiento de las ciudades.
La planificación urbana es clave para abordar ese desafío y fundamental para devolver la humanidad a estos organismos tan complejos. Los desafíos son enormes: los índices de desigualdad urbana ubican a Chile en el 10° lugar entre los países latino americanos, a pesar de ser el 2° con la mejor renta per cápita de acuerdo a datos del Banco Mundial de 2018. Esta realidad socioeconómica puede además ser observada en como los espacios de la ciudad están segmentados por estratos socioeconómicos y la relación que tienen con la distribución desigual e inequitativa de los servicios básicos de salud, educación, comercio, empleos y servicios en diferentes ciudades chilenas, pero especialmente las de carácter metropolitano (SIEDU/INE).
La crisis social de octubre de 2019 reveló una profunda insatisfacción de la población urbana sobre estas realidades que están asociadas principalmente a temas urbanos: inseguridad urbana, déficit habitacional, inequidad en acceso a salud, educación, empleo y servicios básicos, costo y accesibilidad a transporte, entre muchos otros temas. Lo anterior, sumado a la crisis sanitaria, completó el cuadro que hace impostergable el abordaje de los problemas de la inequidad urbana y los costos económicos que implican el quiebre de las confianzas en la sociedad.
Lo anterior, exige un nuevo modelo de gobernanza que incorpore la participación ciudadana de forma efectiva y modelos de gestión e instrumentos de planificación muchos más ágiles y flexibles cuyos tiempos de desarrollo y aplicación consideren el corto, mediano y largo plazo, desacoplados de los vaivenes políticos y tengan una mirada de Estado.
La necesidad de incorporación de la ciudadanía es esencial para construir un futuro no solo posible sino también sustentable. Esto solo será realidad, a medida que los acuerdos que se tomen en el presente tengan la potencia de un pacto social sólido. Las consecuencias de los efectos del cambio climático en el sistema económico de las ciudades, afectan directamente los sectores más vulnerables de la sociedad y no es sorpresa, que las dificultades que enfrentan proyectos que tienen fuerte impacto ambiental y prometen desarrollo económico, se centran en demandas de organizaciones civiles que acusan falta de transparencia y participación en el proceso.
Frente a todos estos desafíos y ante las complejidades que los envuelven, la planificación urbana cobra más relevancia que nunca, sin embargo, también se hace necesario romper paradigmas estructurales, empezando por una rearticulación del actual sistema fragmentado y sectorizado de la planificación urbana vigente, hacia un modelo integrado que incorpore además instrumentos ágiles de gestión.
La Política Nacional de Desarrollo Urbano de 2014, la modificación de la Ley orgánica constitucional sobre Gobierno y Administración Regional de 2018, que permite la elección de los gobernadores regionales y la reciente aprobación de la Política Nacional de Ordenamiento Territorial de 2021, entre otras leyes como la de Aportes al Espacio Público de 2020, han sido avances importantes en el sistema de planificación y gestión de las ciudades chilenas, no obstante, todavía no ha sido posible evaluar el impacto positivo y negativo en el desarrollo urbano. Cabe señalar, que los procesos urbanos obedecen a una dinámica que los instrumentos de planificación vigentes aún no logran anticipar.
El gran desafío que tienen las organizaciones involucradas en la construcción de las ciudades, sean públicas, privadas o de la sociedad civil, está en sus capacidades de generar acuerdos a tiempo para trazar un escenario de futuro que permita avanzar en ciudades más resilientes, sostenibles y enfrentar el cambio climático. En ese contexto, el rol de la Universidad es generar espacios para el dialogo y la interacción, que produce conocimiento, a partir de los puntos de encuentro y el desarrollo de propuestas, para que las ciudades no sean un problema, sino una solución.