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Imagen: Cornelio Saavedra se reúne con caciques durante la Ocupación de La Araucanía / Por Manuel José Olascoaga (1869)
Violencia, subdesarrollo y pereza son algunos de los conceptos que estereotípicamente han sido asociados a los pueblos originarios, y con un particular énfasis al pueblo mapuche. ¿Qué procesos y fenómenos son los que han dado continuidad a estas construcciones? Investigadores UdeC analizan, desde diferentes disciplinas, los imaginarios, representaciones, factores y estigmas que históricamente han rodeado las relaciones entre chilenos y mapuche en lo territorial, comunicacional y humano.
Con rigor histórico, sostiene el Dr. en Sociología, Manuel Antonio Baeza Rodríguez, los imaginarios sociales que sustentan estas ideas pueden ser rastreados hasta la independencia de Chile. Entonces, las élites criollas destacaban «la imagen del guerrero, aquel que impidió el avance del invasor hacia las zonas más australes», la que se ve reflejada en pinturas que configuran representaciones muy cercanas «a la mitología europea», con cuerpos araucanos «estilizados» y «fornidos», que para el académico aluden a la figura del buen salvaje. La vigencia de este constructo se prolongó hasta el proceso de ocupación de La Araucanía conducido por Cornelio Saavedra, lo que de paso demostró su carácter utilitario.
Un segundo imaginario dominante, de invisibilización, nace en el siglo XX y se ajusta al naciente «ejercicio de cohabitación» entre indígenas y chilenos. Según detalla el docente, incluso los manuales de historia oficial recuerdan, bajo esta conceptualización, a las naciones preexistentes como figuras de un pasado «épico y glorioso, por cierto, pero que niega toda posibilidad de un presente y un futuro».
Esa invisibilidad, explica el Dr. Baeza Rodríguez, se detendrá en la intersección de las décadas de los 50′ y 60′, tras la aparición de un tercer imaginario social que deriva del proceso de emigración desde el campo a la ciudad y del crecimiento acelerado de las ciudades industriales. En él, se redescubre la presencia mapuche, pero esta vez como la de un sujeto desarraigado, que vive condiciones marginales y que ocupa «puestos de trabajo pesado y mal remunerados».
Este cuarto imaginario social, bien descrito en el artículo Imaginarios sociales dominantes de un otro inferiorizado: el caso del indígena en Chile (2007), se mantiene aún vigente, alimentado por lo que se ha denominado arbitrariamente como «conflicto mapuche». Dicho constructo expresa, siguiendo al investigador, dos fenómenos simultáneos: «Por un lado, el atrincheramiento defensivo de las élites santiaguinas y, por otro, su incapacidad en el enfrentamiento de la contingencia».
El rol de la prensa
En 2001, la Dra. Berta San Martín elaboró La representación de los mapuche en la prensa nacional, tesis doctoral que analizó los distintos niveles del discurso dentro de un corpus de noticias de La Tercera, El Mercurio y La Época publicados entre abril de 1997 y 1998. Dicho trabajo confirma la persistencia de representaciones negativas sobre los mapuche en la prensa, en las que se les categorizaban como violentos, poco racionales y opuestos al progreso; a la vez que a su cultura se le asimilaba con «pobreza, atraso e ignorancia».
Con ello, se explica, es planteada una relación de supremacía del mundo chileno por sobre el indígena, a través de estrategias como la descontextualización histórica y cultural de los hechos noticiosos; el énfasis en las acciones negativas cometidas por los mapuche; y la repetición de palabras como «usurpación, ataque, estado de guerra, etc.».
En ese sentido, el Dr. en Ciencias del Lenguaje, Pablo Segovia Lacoste, quien es coautor del artículo La construcción discursiva del acontecimiento «quema de iglesias» en el marco del conflicto mapuche: una mirada desde el análisis del discurso (2019), reafirma que los medios tradicionales han mantenido estas conceptualizaciones hasta las versiones actuales del conflicto, frente a una prensa alternativa que ha intentado introducir nuevos enfoques.
También, el docente del Departamento de Español UdeC destaca al sintagma nominal «conflicto mapuche», el que cosifica en algo fácil de recordar un acontecimiento complejo. Se trata de una construcción esencialista y congruente con las ideologías que niegan los derechos de las naciones y pueblos originarios, y que oculta al resto de los agentes que intervienen en la disputa, a decir, el Estado de Chile, las empresas forestales, el Poder Judicial, entre otros.
El desarrollo como eje
La Dra. en Antropología Social y Cultural, Noelia Carrasco Henríquez, posee un vasto listado de publicaciones sobre el tema, entre las que vale destacar los aportes de Heterogeneidad y tensión entre las formas de comprender el desarrollo. Examen antropológico a la convivencia entre empresas forestales y comunidades mapuche en La Araucanía, Chile (2012). Lo anterior, debido a que es en las ideas de desarrollo donde, en palabras de la investigadora, «se transmiten elementos clave de las cosmovisiones de cada pueblo».
Así, destaca que nuestro paradigma de desarrollo se centra primordialmente en la acumulación de capital, mientras que las aspiraciones económicas de las comunidades con mayor arraigo en sus territorios ponen énfasis en una mayor diversidad de elementos, como lo son la salud de los ecosistemas, los derechos de la población, la habitabilidad y degradación de los territorios, entre otros.
En esa línea, la docente del Departamento de Historia UdeC apunta a que desde la racionalidad administrativa y científica la naturaleza se concibe como un «espacio que hay que administrar, controlar y monitorear», lo que contrasta con las relaciones más espiritualizadas que los pueblos originarios poseen con esta. Es por lo anterior, aclara la académica, que el Estado ha estereotipado, negado e intervenido tanto las identidades como las prácticas culturales preexistentes, dado que históricamente han sido consideradas como «un obstáculo para el desarrollo».
Por lo mismo, la Dra. Carrasco Henríquez destaca que nos encontramos en una coyuntura «histórica y crítica desde el punto de vista ecológico», por lo que el tránsito desde la monoculturalidad hacia la interculturalidad podría poner en valor los sistemas de conocimiento que los pueblos originarios poseen sobre la naturaleza. Parte de los desafíos de ello, advierte, pasarán por el modo en que la interculturalidad será integrada, dada la habitual folklorización y el uso instrumental de los recursos culturales.
Finalmente, la investigadora ejemplifica que las ciudades son en sí un reflejo de esa imposición de un modelo de sociedad. Ello puede constatarse, sostiene, en el hecho de que «nos enteramos del mundo indígena» a través de las manifestaciones, «porque en estas ciudades fragmentadas y segregadas están muy claros los lugares de los pueblos originarios, y suelen estar en los márgenes».
Infraestructura insuficiente
La arquitecta y magíster (c) en Procesos Urbanos Sostenibles (Maprus), Yanina Herrera Juanillo, es autora del artículo De lo foráneo a lo originario en la antigua frontera del Biobío: Análisis de la apropiación espacial como recuperación de la identidad territorial mapuche-lavkenche en el Área Metropolitana de Concepción (AMC). En él, estudia a la ciudad como un modelo colonial de urbanización, que ejerce presiones sobre la identidad territorial mapuche-lavkenche y sus maneras de habitar y relacionarse. A partir de ello, se pone énfasis en la necesidad de contar con infraestructura con pertinencia cultural.
Dichas condiciones históricas han desencadenado procesos de homogenización cultural y de adecuación al sistema urbano, tanto en barrios como edificios, pero también de resignificación de los espacios de las urbes. Entre estos se incluyen viviendas particulares, a través de la disposición de cocinas a leña, lugares de música o ayekawe y el cultivo de hierbas medicinales; hogares estudiantiles, con la apertura de sus puertas a la comunidad originaria para ceremonias de nguillatun o wetripantu; infraestructura verde urbana, mediante el ejercicio del palín y el trawun; y lugares de alto valor natural, como lo son el Cerro Caracol, el mar, la ribera del río Biobío, las lagunas de San Pedro de la Paz y los humedales del AMC.