Maestranza 1 en Estación Central, a través de un proceso participativo, permitió el diseño y la construcción de 424 viviendas, transformándose en un referente de cómo formar comunidad, ciudadanía activa y transformación social. Razones suficientes para que ese modelo se replicara en Maestranza 2, proyecto de 200 viviendas en la misma comuna que se encuentra en etapa de edificación.

¿Por qué es tan emblemático? La demanda organizada por el comité de allegados Ukamau, que vivieron en tomas de terrenos o en condiciones de hacinamiento durante décadas, junto al apoyo de una oficina de arquitectura, posibilitó un proyecto de vivienda social rupturista. Es el primero en los últimos años en lograr que el Estado acepte unidades de 62 m2 en lugar de los 55 m2 usuales para este tipo de soluciones habitacionales, contemplando gas de cañería en vez de balones de gas y conexión de internet y televisión directamente a cada departamento.

“Maestranza tiene experiencias únicas, es la primera vez en que los pobladores participan de la inspección técnica de su edificio”, cuenta Cristián Castillo Echeverría, uno de los arquitectos detrás de esta apuesta, quien llegó hasta la UdeC para exponer la conferencia magistral “Vivienda social, memorias industriales y bienes comunes: Perspectivas en torno a Maestranza Ukamau”.

El Ministerio de Vivienda y Urbanismo se resistió a implementar una modalidad de trabajo participativa. Sin embargo, luego de años de presión, el Estado permitió el desarrollo de la iniciativa, financiando su construcción. Después de cerca de una década, en noviembre de 2020, se inauguró Maestranza.

“El trabajo colectivo de creación, que es el fundamento de los proyectos en los que yo participo, tiene como fruto mucho mejor resultado”, es la convicción de Castillo, quien este año fue galardonado con el Premio Nacional de Arquitectura, por su ejercicio profesional vinculado a sectores vulnerables y las propuestas de una organización social justa.

Sobre la realidad actual de la vivienda social, Castillo menciona que “hay más recursos, se tiene establecido que debe tener un buen estándar. Ni los pobladores ni el Estado están aceptando viviendas sociales que parecen definitivas, pero que todos sabemos que por su construcción pasan a ser precarias en muy poco tiempo. Las condiciones térmicas, antiincendios, las exigencias estructurales han ido subiendo el nivel de la calidad de la construcción”.

En lo que respecta a la obtención del Premio Nacional de Arquitectura, considera que “más que sobre una obra muy esplendorosa o bella, tiene que ver con la realidad concreta con que vive el pueblo chileno, y las carencias que como Estado hemos tenido, de no ser capaces de resolver la crisis habitacional y las reformas necesarias de las ciudades”.

“Es parte del esfuerzo, del trabajo y las luchas de miles de pobladores chilenos y chilenas que luchan por una vivienda digna, un espacio social compartido y por una ciudad más democrática”, concluye.

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