Por: Verónica Elgueta Casanova, Ñami Ñam, Médico.
Posiblemente, no tenga ninguna autoridad para opinar sobre esto, he perdido a lo largo de los años esos rasgos que presumo tuvieron mis ancestros. Sin embargo, hoy con mi rostro pálido, mi pelo rizado y mi familia tradicional chilena, siento mi corazón profundamente pehuenche.
Crecí y me eduqué con ciertos privilegios, pensé que accedería al conocimiento a través de la universidad y decidí ser médico, con esa urgencia propia de la adolescencia, desconociendo por completo qué es realmente la medicina.
Comencé a caminar por los lugares más diversos en búsqueda de belleza y experiencias, así llegué un día, como cualquier viajero de verano a Alto Biobío, a la casa de una mujer sabia, de sonrisa cálida y fácil querer. Me impresionó tremendamente mi ignorancia al escucharla hablar en su lengua, que siempre creí perdida, me invitó a tomar mate y a conversar y, de alguna manera, que aún no comprendo y, menos aún, soy capaz de describir en palabras, abrimos nuestros corazones e iniciamos una amistad.
Así comencé a aprender y a validar, desde pequeñas experiencias, otro tipo de saberes, a escuchar las historias de los antiguos que la Ñaña tenía para contarme, a cocinar en el fogón, a sentir la calma de mirar la montaña y escuchar el río; descubrí otra medicina que pensé nunca estaría disponible para mí: la medicina de la tierra y su gente.
Hoy me siento honrada y agradecida de que se me permitiese ser parte de esa familia, aunque fuese por unos momentos. Siento la responsabilidad de relevar esa cultura viva, que a pesar de las profundas secuelas del despojo, la violencia y el dolor ha logrado sobrevivir. Observo con terror como esta pandemia no hace distinciones y, exacerba la inequidad y la pobreza.
No es mi intención relativizar la crisis social y sanitaria, todas las vidas importan por igual, así quiero creer, pero la realidad me dice que no estamos en igualdad de condiciones para enfrentar este momento histórico y que las Primeras Naciones que habitaron este Chile, siguen siendo uno de los sectores más desaventajados y postergados que requiriesen una atención especial y prioritaria.
Alto Biobío tiene particularidades que elevan la complejidad de las intervenciones sanitarias. Un gran aislamiento, con caminos de difícil tránsito o francamente inaccesibles por la inclemencias climáticas, una brecha digital abismante con escaso acceso a telefonía, una alta dispersión geográfica, postas rurales y un centro de salud primaria con personal e insumos insuficientes.
Realizar el abordaje adecuado de la pandemia está siendo imposible, a pesar de los sobreesfuerzos de los equipos de salud, las tomas de PCR, monitoreo y controles de casos positivos y, trazabilidad de los contactos distan mucho de lo mandatado.
El rol del Estado en esta crisis es preponderante, urge la implementación de políticas públicas con enfoque de derechos basados en la igualdad sustantiva y pertinencia intercultural.
Confío en que se está haciendo el mejor de los esfuerzos para sobrellevar esta dificultad, aún así no es suficiente, la desigualdad se encuentra en el centro del problema. Desde la vereda social no queda más que apelar a la ternura, a la
solidaridad de los pueblos, como dijera un día la escritora Nicaragüense Gioconda Belli .