Por: Alejandra Brito Peña, académica de los departamentos de Historia y de Sociología de la Universidad e Concepción.
Directora del Proyecto InES de Género “Construyendo Redes Asociativas para la disminución de brechas de género en I+D+i+e en la Universidad de Concepción”.
Para graficar lo que fue el golpe de Estado y la relación de la dictadura con las universidades, basta una imagen: El 27 de septiembre, los militares citaron a los rectores y el Almirante Merino los recibió en esa reunión con una pistola en la mesa. El relato está incluido en la tesis doctoral de Julio León Reyes y dice: “Edgardo Boeninger, rector de la Universidad de Chile, expuso a nombre de los rectores que la reorganización universitaria debía ser obra de los académicos y que estos no podían ser objeto de persecución por sus ideas. Pinochet respondió que la Junta pensaba distinto y que a cada rector se le nombraría un reemplazante en los días próximos (…) El encargo a los rectores delegados fue, primero, controlar y luego “depurar” estas corporaciones, ordenarlas y administrar eficientemente sus recursos, operando así una verdadera “Contrarreforma universitaria””.
Muchos de los elementos de esa contrarreforma nos acompañan hasta hoy, en forma de políticas públicas construidas bajo el modelo neoliberal que la dictadura pensó para el sistema de educación superior. La universidad que se destruye con dicho modelo era reciente: se había terminado de construir con la reforma del año 1968, y había logrado aumentar la cobertura, así como profesionalizar y dar prestigio a la labor académica, con dos grandes instituciones repartidas por el país (la Universidad de Chile y la Universidad Técnica del Estado) además de instituciones privadas con vocación pública, como la Universidad de Concepción.
Con la dictadura, esto se transforma completamente. Las reformas de los años 80 moldearon la universidad neoliberal, modelo que en gran medida tenemos hasta hoy. Las universidades estatales se fragmentaron y a partir de allí se formaron universidades regionales con escaso financiamiento. A eso se sumó la apertura al mercado y al lucro en educación. Hoy, este sistema impone el autofinanciamiento en todas las etapas de la vida académica bajo la lógica del subsidio a la demanda, es decir, financiamiento indirecto a través de los y las estudiantes para promover la competitividad entre las instituciones.
En cuanto a la academia y la investigación, su trabajo diario está marcado por una profunda competitividad. Los fondos de investigación son escasos y cada dos o tres años es necesario repostular para mantener una carrera estable. En este marco, sometidos al régimen del “publica o muere”, se evalúa todo a partir de los indicadores de productividad. Importa menos qué conocimiento se genera y para qué sirve que el frío número de publicaciones y citaciones. Eso genera una ciencia cada vez más individualista y en definitiva, un espacio repleto de brechas: territoriales, disciplinarias, salariales y de género, entre otras. Este modelo de universidad, basado en indicadores de logro, más que en una ciencia colaborativa, tiende a perpetuar el individualismo.
En términos de género es bien conocido el diagnóstico: Según la Radiografía de Género 2023 del Ministerio de Ciencia, Conocimiento, Tecnología e Innovación, en las universidades sólo el 34% de quienes tienen un doctorado son mujeres dedicadas a la investigación; el 28% de las adjudicaciones de proyectos en el área de ingeniería y solo el 29% de los Fondecyt Regulares corresponden a mujeres; el 35% de los trabajos indexados con autoría corresponde a mujeres.
Desde la Universidad de Concepción, específicamente a través del Proyecto InES de Género, buscamos construir redes, desde una perspectiva feminista, para superar la pesada herencia del modelo neoliberal. Sabemos que las trayectorias de hombres y mujeres no son iguales, porque vivimos en un mundo donde todavía gran parte de las responsabilidades domésticas y de cuidado recaen en nuestras manos. Para sumarnos a disminuir las brechas, contamos, entre otras, con herramientas como la acción afirmativa en la postulación a proyectos, un diagnóstico integrado de brechas de género, un manual de buenas prácticas en investigación, desarrollo, innovación y emprendimiento que considera las voces de académicos y académicas, y estrategias para conformar redes de investigadoras.
Esto no solo implica hacerse preguntas distintas, sino que una articulación diferente con los distintos actores que rodean los procesos de investigación. Este es el camino que nos permitirá – parafraseando a la subsecretaria de Ciencia, Carolina Gaínza – avanzar hacia una ciencia sana. Esto no puede lograrse sin equidad y respeto, con el convencimiento de que la sociedad está construida a partir de la diversidad. Con esta mirada, buscamos superar y derribar, ladrillo a ladrillo, el muro individualista que construyó la dictadura en nuestras universidades, y soñar con un futuro en el que nuestras diferencias no constituyan brechas insalvables para lograr nuestras aspiraciones.