A tres años de los tornados que afectaron la Región del Biobíoel 30 y 31 de mayo de 2019, las bajas temperaturas actuales nos recuerdan que aún están congeladas las promesas del gobierno anterior en cuanto a comprar radares que ayuden a estudiar y anticipar condiciones atmosféricas asociadas a estos eventos, que son menos excepcionales de lo que se creía.
Hoy las comunes cámaras móviles han permitido fotografíar y grabarlos en forma más recurrente, a diferencia del exclusivo registro periodístico del tornado del 27 de mayo de 1934, que destruyó la Plaza Independencia de Concepción y provocó la muerte de 29 personas.
A pesar del nulo avance de la promesa gubernamental, paralelamente científicos e instituciones han instalado algunos instrumentos que aportan a este objetivo, como es el caso del Observatorio de Ríos Atmosféricos que desarrollan los departamentos de Geofísica de la U. de Concepción y de la U. de Chile, el Centro del Clima y la Resiliencia, el Instituto de Ciencias de la Ingeniería de la U. de O’Higgins y el Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales.
Así, en la azotea de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la UdeC, el proyecto con financiamiento estatal permitió instalar instrumentos tradicionales como barómetro, termómetro, higrómetro y pluviómetro, para caracterizar cómo van variando, cada 15 minutos, la presión atmosférica, la temperatura, la humedad relativa y la precipitación.
Ahora, además, el Observatorio agregó “instrumentos complementarios que permiten estudiar otras variables que develarán aspectos acerca de la dinámica de la atmósfera, en particular de las tormentas y eventualmente aquellas asociadas a los tornados”, explicó el climatólogo de Geofísica de la UdeC Martín Jacques Coper.
Los instrumentos son un nefobasímetro, que mide la altura de la base de las nubes; un micro-radar de precipitación, que registra un perfil vertical de reflectividad en la atmósfera, con lo que se puede observar el contenido de agua líquida y la velocidad de caída de gotas de lluvia, nieve y granizo; y un disdrómetro, que mide la intensidad de la precipitación y la distribución de tamaño y velocidad de los hidrometeoros en superficie, explicó Jacques.
Al analizar todas estas variables, más el aporte de observaciones satelitales, “se podrá tener un mejor diagnóstico de las condiciones que pueden propiciar eventos extremos como la llegada de ríos atmosféricos o tormentas con características tornadogénicas”, explicó el climatólogo.
Por otro lado, de 2019 a la fecha, se cuenta con información científica relevante acerca de la generación de tornados en la zona central de Chile.
Una publicación liderada por el investigador Bradford Barrett identificó condiciones acompañadas de viento intenso desde el norte y actividad eléctrica sostenida al momento que ocurrieron los tornados. Además, observó que la tropósfera baja estaba relativamente cálida y saturada de humedad y la tropósfera media relativamente fría, lo que se tradujo en un fortalecimiento del ascenso de aire (convección anómala) en un contexto atmosférico de cizalle vertical del viento.
Ambos factores son importantes para la formación de tornados, explicó Jacques, quien agregó que esta investigación “establece que este tipo de patrón atmosférico puede estar propiciado por teleconexiones atmosféricas entre trópicos y extra-trópicos”.
Para complementar estos conocimientos es importante contar con observaciones que se podrían obtener con los prometidos pero, hasta ahora, olvidados radares meteorológicos. Estos registran el comportamiento de la atmósfera en tres dimensiones y con alta resolución temporal, adelantos tecnológicos clave para aportar al pronóstico de tiempo severo, incluyendo posiblemente futuros tornados.