Por Ángel Rogel Álvarez, Periodista, autor de “Conceenoff: Relatos de Rock Penquista”.
¿Por qué dolió tanto la muerte de Taylor Hawkins? Difícil de responder en medio de sentimientos que también incluyen, digámoslo así, la oportunidad de ser parte de algo, sobre todo, cuando la banda de la cual era baterista, Foo Fighters, había pisado suelo nacional hace muy poco como cabeza de cartel de la décima versión del Festival Lollapalooza Chile.
Pero, claro, eso sería injusto con la figura y la calidad del músico, el segundo integrante más veterano de los “Foo”. Así da cuenta la enorme cantidad de condolencias expresadas por colegas, muchos de ellos nacidos musicalmente igual que él durante la emblemática década de los noventa. Aunque también se “despidieron” rockeros de épocas pasadas y a los cuales Hawkins rendía pleitesía, como los integrantes de Queen y Led Zeppelin.
El baterista, sin contar a su fundador, el carismático Dave Grohl, y el bajista Nate Mendel, fue quien más tiempo estuvo en Foo Fighters, específicamente desde la publicación del segundo disco The Colour and the Shapes (1997), para muchos el mejor trabajo de la banda. El rubio baterista colaboró grabando algunas canciones y fue protagonista de algunos icónicos e hilarantes videos, como Everlong, donde fue “pareja” de Grohl (el caso del guitarrista, Pat Smear, con sus idas y venidas, da para otro tema).
Pero, no estamos desviando… o, quizás, no tanto. Para quienes crecieron (crecimos) viudos de la sonoridad que Kurt Cobain había logrado en una escueta discografía con Nirvana, vieron (vimos) en la música de Dave Grohl la oportunidad de continuar por esa senda de amor por la música de guitarras estridentes nacida en Seattle y que la prensa bautizó como grunge. La música de Grohl, por cierto, no tenía nada ver con la de Cobain, pero seguía siendo un buen rock de guitarras. Y siendo Grohl, no solo el principal compositor y guitarrista (el primer disco de Foo Fighters fue grabado íntegramente por él), sino también un baterista excepcional, no fue fácil dar con quien lo acompañe con las baquetas. Por eso cuando apareció Hawkins, el músico de Alanis Morissette que buscaba ser parte de una banda de partners, todo pareció cuadrar. Y vaya que cuadró.
Después de la obra de 1997, vinieron diez discos de estudio, incluyendo un homenaje a Bee Gees bajo el nombre Dee Gees y el soundtrack de la película Studio 666, recientemente lanzado; y un disco acústico en vivo, donde Hawkins canta Could Day in the Sun.
Hawkins era el motor de la banda, el pulso necesario que sustentaba el sonido a tres guitarras de los “Foo”, pero además, era un tipo de una gran voz (particular es su intervención en el DVD en Wembley donde interpreta Rock and Roll, con Grohl en la batería, y Jimmy Page y John Paul Jones de Led Zeppellin) y con un particular sentido del humor.
“No soy una estrella de rock, soy un músico”, dijo alguna vez Hawkins, quien dejó plasmado un disco solista y, como muchos, tuvo problemas de drogas y alcohol, y como otros tantos, una silenciosa y demandante enfermedad como la depresión.
¿Qué viene ahora? ¿Cuál es el camino que afrontará Grohl y los suyos? ¿Es el fin de Foo Fighters? Me atrevería a decir que no. No es el estilo ni la forma de vida de Grohl, un tipo que más allá de la antipatía que genera en algunos por su excesiva figuración, es también un trabajador de la música y la creación. En los últimos años ha colaborado con decenas de artistas, desde Mick Jagger a Liam Gallagher, pero también ha incursionado en la dirección de documentales (el maravilloso Sound City junto a todos sus compinches) y películas (la mencionada Studio 666).
Probablemente la banda, quizás una de las más populares de los últimos diez años, se tomará su tiempo antes de volver a subirse a un escenario, pero la memoria y la figura de Hawkins, quiero creer, no impedirá que sigan haciendo lo suyo, lo que también hacía feliz al rubio baterista y sus millones de seguidores en el mundo.