Por Arnaldo Canales, Director Ejecutivo Fundación Liderazgo Chile
Recientemente el psiquiatra Alberto Larraín abordó en una entrevista la glosa de salud mental en la Ley de Presupuestos 2022, evidenciando el nulo incremento en el financiamiento en esta materia, situación que refleja uno de nuestros grandes problemas como sociedad por cuanto la salud mental hoy en día está concebida desde una perspectiva paliativa, motivo por el cual constantemente afrontamos tarde los problemas emocionales de los chilenos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece que el presupuesto mínimo para ítem salud mental en el presupuesto global de la cartera debe ser de al menos un 6% del total, en tanto que en Chile está cifra apenas supera el 2,2%; mientras que cifras como la tasa anual de suicidios, prevalencia del consumo de drogas y alcohol, de violencia intrafamiliar o el porcentaje de licencias médicas producto de trastornos como ansiedad, depresión o estrés, van en aumento.
Prueba de lo anteriormente mencionado es que el 58% de las licencias médicas emitidas en nuestro país son por trastornos depresivos, ansiosos y relacionados con traumas y factores de estrés. En esta línea, por ejemplo, muchas veces vemos jefaturas impulsivas, dominantes, con rasgos narcisistas y psicopáticos, liderazgos que impactan negativamente en su equipo de trabajo debido a que aumentan los niveles de accidentabilidad de sus colaboradores, así como disminuye su productividad, motivación, innovación y creatividad entre otros aspectos.
De igual forma, el último Estudio Nacional de Drogas en la Población Escolar (2020) realizado por el Senda, da cuenta que el 29,8% de los estudiantes encuestados declararon haber consumido alcohol en el último mes, un 26,8% marihuana en el último año y un 9,3 % tranquilizantes para el mismo periodo de tiempo, en tanto que otro estudio realizado por la misma entidad gubernamental, evidencia que para el mismo periodo de referencia (2018) la población adulta que consumió alcohol durante el último mes de un 43,3%, un 12,7% para la marihuana en el último año y un 1,4% para los tranquilizantes en los últimos doce meses, demostrando así la fuerte prevalencia en el consumo de drogas y tranquilizantes en los menores de edad, quienes superan con creces las tasas de la población adulta.
Asimismo, cifras nacionales indican que durante el año 2018 se suicidaron 1.823 personas, siendo mayor la prevalencia en las mujeres que en los hombres, en tanto que dentro de los grupos etarios los que presentan mayores intentos suicidas son los jóvenes entre 15 y 23 años, con un fuerte aumento de estos índices en el grupo compuesto por los mayores de 60 años.
Más allá de lo ilustrativo, estas cifras nos demuestran cuán enferma está nuestra sociedad, cómo miles de personas pierden a diario la esperanza y la importancia de poder entregarles a todos ellos las herramientas para vivir una vida mucho más plena y en la que puedan enfrentarse y adaptarse de buena forma a la adversidad.
La salud mental impacta en todas las dimensiones de nuestra vida a diario. Asimismo, junto con vincularse con la ausencia de una enfermedad de esta índole, también compromete un amplio rango de conductas, emociones, cogniciones y aptitudes, hecho que en términos generales implica que las personas que gozan de buena salud mental se sienten bien, toleran grados razonables de presión, se adaptan a circunstancias cambiantes, disfrutan de buenas relaciones personales y son capaces de trabajar de acuerdo con su capacidad.
La educación emocional busca adelantarse a la enfermedad evitando así una serie de problemáticas de la sociedad actual, por cuanto promueve y potencia el auto diálogo positivo y afectuoso, más aún cuando consideramos que el dialogo interno de los chilenos es muy castigador y que el 90 % de las conversaciones que tenemos son internas, en tanto que sólo el 10% las verbalizamos; por lo que, si trabajamos la educación emocional con tiempo y desde pequeños podremos anticiparnos a aquellos trastornos que hoy amenazan el futuro de la salud mental de los chilenos.
Es por ello que hoy resulta impostergable para nuestro país la implementación de políticas públicas destinadas a asegurar una adecuada salud mental a todos sus ciudadanos, siendo este el punto en donde nuevamente resulta imprescindible reflexionar sobre la importancia de la educación emocional, entendiendo primeramente que ésta no es propiedad ni labor exclusiva de psicólogos, psicopedagogos y/u orientadores; todos los profesionales de la educación tienen una labor relevante en el desarrollo de los vínculos afectivos y emocionales de los niños y niñas, pero sobretodo este es un trabajo que tienen que hacer con los padres y con sus estilos de crianza.
Si bien los cambios en las políticas públicas se ven a largo plazo, si incorporáramos hoy la educación emocional en la primera infancia, implementáramos escuela para padres y formáramos a los docentes en estos temas para apoyarlos en su trabajo permanente con los estudiantes, tendríamos en diez años una sociedad totalmente distinta, una en la que se potencia la resiliencia y se previenen flagelos como el consumo de drogas, la violencia intrafamiliar, los altos índices de trastornos de salud mental, entre otros.
No queremos seguir impulsando presupuestos que ataquen enfermedades. Necesitamos prevenir estos males y para ello es imperativo poder entregarles a los ciudadanos desde pequeños las herramientas para que puedan disponer de cierto conocimiento en momentos adversos. La pregunta es ¿y si avanzamos y empezamos a trabajar en la prevención?