Por Marcia Stuardo Á., psicóloga Clínica y de la Salud, Centro Vida Saludable
Al inicio de la pandemia y de la crisis sanitaria a la que nos enfrentamos, sin dudas podíamos pensar que las principales consecuencias esperables en salud mental eran las derivadas del COVID-19: miedo, estrés, ansiedad y depresión. El panorama era incierto, una enfermedad contagiosa y mortífera de la cual no sabíamos casi nada y que nos obligaba al confinamiento para poder evitar contagios y, de esta forma, cuidarnos. Esto, por supuesto, llevó las cosas a otro nivel: tuvimos que vernos enfrentados cara a cara al aislamiento social junto con las cuarentenas y, con ello, al impacto que esto tuvo en nuestro estilo de vida y actividades diarias. De esta forma fue cómo surgió la otra pandemia que probablemente fue la que más repercusiones generó en nosotros.
Ante este panorama, era inevitable que la salud mental se convirtiera en el foco de la atención y cobrará la real importancia que tiene. Las personas solicitaban y demandaban apoyo emocional y psicológico, los índices de síntomas ansiosos se dispararon al igual que los síntomas disfóricos, y la percepción de bienestar había disminuido en comparación con el año anterior. Sin embargo, no todo es tan desesperanzador como parece. A medida que el tiempo ha pasado, las modificaciones en las medidas y las restricciones sanitarias y la ausencia de cuarentenas, entre otros factores, han generado un impacto positivo en la población, contribuyendo a la baja de los índices registrados hasta mediados de año. Según el termómetro de la Salud Mental realizado por la ACHS, un 32,8% de los chilenos, presentaba a mediados de año un problema o sospecha de salud mental, cifra que ha disminuido a un 23,6% a agosto del presente. Por su parte, los síntomas depresivos se han mantenido.
Es posible que estas cifras no nos sorprendan, ni la importancia que tiene atender la salud mental, ya que no es solo un tema que ha estado en auge hoy, sino un aspecto que, a través de los años, ha sido ampliamente considerado y en todo el mundo se despliegan acciones para promover, concientizar y derribar mitos en torno a este día. Es tal la importancia que tiene hablar de salud mental, que hacerlo no solo significa ponerla sobre la mesa y visibilizarla, sino que permite que aquellas personas que presenten una problemática asociada a este aspecto se sientan menos estigmatizas y puedan pedir ayuda sin temor. Hablar de salud mental, además de visibilizar, permite abrir temas que de otra manera no se hubieran podido conversar, generando consciencia respecto de la importancia que tiene cuidar de uno mismo.
Claro está que hablar de salud mental y promoverla, sin tener a alguien cercano afectado por esto, no es lo mismo que alguien que la vive día a día. Es debido a esto que el 10 de octubre de cada año, no solo cumple un rol de promoción, sino que permite adquirir estrategias para poder detectar tempranamente las señales y poder prestar los apoyos necesarios a las personas que están cerca de nosotros como en nosotros mismos, frente a esto la OMS generó una serie de guías para orientar a la población sobre como prestar ayuda según la situación lo requiera.
Cierto es que nadie está libre, en algún momento de su vida, de padecer alguna problemática asociada a la salud mental, pero en cada uno está el poder tomar las acciones necesarias para aliviar este malestar.
Cuidar de nosotros nos ayuda a cuidar de otros.