Por las abogadas Amaya Álvez Marín y Lay-Len Wong Parra.
El estallido social del 18 de octubre de 2019, con sus luces, sombras y dolores, nos trajo una oportunidad histórica: la posibilidad de redactar entre todos y todas una nueva Constitución, en libertad y plena democracia.
La Constitución Política de la República, como todo texto jurídico, está lejos de ser neutra en cuanto a su género.
Construida sobre la teoría del constitucionalismo liberal del siglo XIX, el derecho moderno y sus principios fundantes de igualdad y universalidad, se han mantenido casi incólumes al paso del tiempo. Así, en un ideario en el que todos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos, pero no se considera la diversidad subjetiva, las diversas formas de relación en el orden social y, en particular, las relaciones de poder y jerarquía entre los sujetos, muchas veces se invisibiliza y niega la realidad material: que hombres y mujeres no somos iguales ante la ley.
Reflejo de ello es que sólo después de que las mujeres organizadas, con independencia de las posiciones políticas o valóricas, denunciaran que no estaban siendo consideradas en el debate constitucional, el Senado chileno aprobó la paridad de género en el proceso constituyente mediante una reforma constitucional, con 28 votos a favor, seis en contra (Coloma, Ebensperger, García-Huidobro, Moreira, Pérez Varela y Von Baer) y cuatro abstenciones (Galilea, García, Kast y Sandoval).
Así, a contar del 11 de abril, Chile se convertirá en el primer país del mundo en tener una convención constituyente paritaria. Es por ello que los colectivos feministas, dirigentas de agrupaciones de base y miembras de disidencias sexuales, han visto en este proceso político la oportunidad de avanzar verdaderamente en igualdad, no discriminación y equidad de género, exigiendo que las mujeres seamos protagonistas de la redacción de una Carta Fundamental que consagre derechos en forma explícita y siente los principios de un sistema político que cuestione las relaciones estructurales de poder basadas en las dicotomías sexo/género y de lo público/privado.
Es crucial que seamos las mujeres las voceras de nuestras propias demandas, que podamos disputar los espacios de representación y toma de decisión y que seamos verdadero motor del cambio en los mecanismos sociales que alguna vez sirvieron para acallarnos.
El futuro es feminista. Y la nueva Constitución también.